“La primera prueba de la incapacidad de una persona para el logro es su intento de endosar a otros el estigma de la falla” (B.R. Hayden, 1970).“La conexión entre secreto y estigma es conocida de manera intuitiva por los niños” (Ann Hartman, 1993).
La Primera Lectura es parte del poema, Estigma de Bárbara Fletcher, 1997, tomado del el libro “Other Voices”:
Traen secretos puestos sobre sus rostros mate, tersamente modelados, una máscara de maquillaje.
Los vi dejar trazas de historias en las servilletas de tela; en los pañuelos, los vi rozar sus labios contra orejas, dejar atrás historias en manchones rojizos, limpiar frente y labios con delicados dedazos, oprimir los chismes dentro de las palmas, cotilleos que se quitan al frotar como polvo facial, como pintalabios –o como polen, pasado de flor en flor, de la antera al estigma…
Las Segundas Lecturas provienen de antiguas fuentes bíblicas: El Libro de los Reyes y del Evangelio de Mateo y del Evangelio de Lucas. Los evangelios fueron escritos unos 500 años después del Libro de los Reyes:
A.- Del Libro Segundo de los Reyes, el siguiente relato tradicional perturbador:
“Después [el profeta] Eliseo se fue de allí a Betel. Cuando subía por el camino, un grupo de muchachos de la ciudad salió y comenzó a burlarse de él. Le gritaban: "¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!"B.- Del Evangelio de Mateo:
Eliseo se volvió hacia ellos, los miró y los maldijo en el nombre del Señor. Al instante salieron dos osos del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de ellos. Luego Eliseo se fue al monte Carmelo, y de allí regresó a Samaria”. (2 Reyes 2,23-25).
[Jesús dijo a los sacerdotes] “Les aseguro que los que cobran impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos”. (Mt 21,31)C.- Del Evangelio de Lucas:
“Dichosos ustedes los pobres, pues de ustedes es el Reinado de Dios” (Lc 6,20).
A lo largo de los años he predicado en una gran variedad de iglesias. Probablemente alrededor de 50. Algunas grandes y otras pequeñas. Algunas en edificios de piedra con más de 200 años de antigüedad y otras en salones rentados en la secundaria local. Algunas con un coro tan grandioso como el nuestro, y otras principalmente con música grabada. En casi todos los casos, como predicador visitante, me han llevado a almorzar luego del servicio, como cortesía, y así pude conocer mejor a algunos de los miembros locales.
Uno de estos domingos, cuando la gente dejaba el restaurante para dirigirse hacia sus compromisos vespertinos, una de las maestras del programa de educación religiosa se quedó conmigo. Me pareció claro que ella quería decirme algo en privado.
“Necesito que sepa algo sobre mí”, dijo ella. “Se trata de algo que de verdad no podría mencionar con la gente de mi congregación. Y debido a problemas financieros, no hemos tenido ministro por dos años. Pero últimamente me doy cuenta de que necesito de verdad hablar con alguien sobre esto. Como usted vive lejos de aquí, resulta ideal, puesto que de esa forma no me tendré que sentir incómoda cada vez que lo vea”.
“Bien”, sonreí. “Espero ser merecedor de su confianza. Y tenemos algo de prevacidad en esta cabina del restaurante en la que nos sentamos. Pero si lo que usted quiere decir es tan grave como lo indica, le sugeriría que lo hablara con un terapeuta”.
“Eso estaría bien. Pero tendría que viajar al siguiente pueblo, incluso para encontrar un terapeuta, así que no estoy segura de que eso me ayudara. Mire, he aquí mi historia. Cuando yo era una joven madre con tres hijos, mi esposo me dejó, y hasta el día de hoy desconocemos su paradero. Desapareció así nomás. Pero yo tenía niños que alimentar y cuidar. Así que por dos años completos hice algo que la sociedad no aprueba para llevar comida a la casa. Algo que tiene un terrible estigma(1) asociado. Marcos, obtuve dinero para mi familia vendiéndome. Fui prostituta por dos años. Fue hace como quince años, imagínese, pero no pasa un día sin que me preocupe de que alguien podría entrar a la iglesia y reconocerme de aquellos días. Sé que incluso en esta congregación liberal la idea de que una maestra haya sido alguna vez una callejera ofendería instantáneamente a algunas personas. Sin duda sacarían corriendo a sus hijos de la escuela dominical, o cancelarían indignados sus donativos comprometidos para la iglesia”.
“Wow”, dije. “¿De verdad?”. Entonces la llamé por su nombre. Usted dice que ya ha enseñado aquí por dos años ¿no es así? Y hasta donde pude darme cuenta, la gente de por aquí la adora. Un ministro visitante puede enterarse de esta clase de cosas fácilmente. ¿De verdad piensa que si la gente se enterara de su pasado la despediría así como así?”
“Sí”, dijo ella, “de verdad creo eso. El estigma de la prostitución es muy grande. Una vez que hiciste algo así en tu vida, es como si tuvieras antecedentes penales. Quedas desacreditada por el resto de tu vida. No importa cuánto ame a los niños, ni cuán buena sea como maestra. Estoy segura de que me marginarían”.
Hablamos sobre este tema media hora más. Entonces me llegó la hora de dirigirme al aeropuerto para mi vuelo de regreso. Esta mujer quería simplemente procesar su pasado con alguien que no la hiciera sentir encerrada en una jaula de vergüenza. No esperaba de mí que arreglara nada; yo no puedo, después de todo, cambiar el pasado. Pero pienso que todo lo que ella quería al hablar conmigo era sentirse por completo una persona, a pesar del estigma que la tatuaba. Espero haber sido capaz de convencerla exactamente de eso.
Sería fácil para mí contarles otras veinte historias sobre el poder del estigma para silenciar o aislar gente en este mundo. Podría fácilmente relatar cien anécdotas sobre los estigmas que evitan que unos seres humanos se abran completamente en algunas de sus relaciones importantes. Pero pienso que haber relatado esta breve historia comunica aceptablemente esta idea.
Esta mujer se sentía ‘deshonrada’ por su vida pasada. Su forma de ganarse el pan es considerada ‘socialmente indeseable’. Su pasado servía para ‘desacreditarla’. Todas estas frases que pueden encontrarse en el diccionario bajo la entrada “estigma” ofrecen una definición suficiente, en lo que a mí concierne. Vale la pena hacer notar que esta mujer nunca me dijo que se sintiera ‘culpable’ por haber hecho lo que hizo… realmente sentía, en el momento, que realizó ese trabajo por una completa desesperación. No, una persona que lleve la marca del estigma es ‘estigmatizada’ primero desde fuera. La mayor parte de la tormenta interior se deriva de la severidad de la tormenta externa.
Los estigmas pueden ser mayores o menores. Y pueden cambiar con el tiempo. Por ejemplo, cuando era yo muy jóven, había un estigma asociado al hombre y la mujer que vivían juntos antes del matrimonio. Y en el siglo XIX, el divorcio estaba severamente estigmatizado, por lo general de una manera sexista(2). La ‘divorciada’ era frecuentemente considerada como una mujer ‘disoluta’. Mientras que al esposo divorciado no se consideraba igualmente un hombre ‘disoluto’. Hoy en día, el divorcio es tan común que mucho del estigma que se le asociaba se ha suavizado. Y difícilmente alguien en el lado liberal de las cosas se espanta nada de que dos personas vivan juntas antes de casarse.
Permítanme ofrecerles algunos ejemplos adicionales. En la antigüedad (y todavía en muchos lugares del mundo moderno), las mujeres que no parían hijos eran estigmatizadas. La Biblia, por ejemplo, está llena de historias de mujeres deshonradas sin hijos. Por otra parte, a muchas madres solteras se les decía, y todavía se les dice en muchos lugares, que ‘su’ situación es ‘socialmente indeseable’, lo que no hace sino incrementar sus ya de por sí tremendas dificultades.
Los estigmas que he mencionado hasta ahora parecen tener que ver con lo que la sociedad considera ‘relaciones apropiadas’. Pero frecuentemente se asocia el estigma a las personas sin una conexión clara con sus relaciones interpersonales. La gente que ha pasado una temporada en prisión, por ejemplo, llega a aprender bastante sobre el poder del estigma. Muchos de ellos, al salir, sienten como si nadie volviera a confiar en ellos nunca, sean casados o solteros, tengan hijos o no los tengan, sean heterosexuales, bisexuales u homosexuales.
También hay un estigma asociado a quien haya sido diagnosticado con una enfermedad conductual o mental. La esquizofrenia(3), por ejemplo, es frecuentemente estigmatizada con un humorismo ignorante: hay cómicos, o aspirantes a cómicos, que hacen chistes sobre ‘personalidades divididas’(4), que es algo que no tiene nada que ver con la esquizofrenia. Estigmatizar a una enfermedad del cerebro es tan tonto y frío como estigmatizar enfermedades asociadas con otros órganos del cuerpo humano. ¿Quién dice que la leucemia (un cáncer de la sangre) debería vivirse como una deshonra?
Y vaya que cuando era yo muy joven el cáncer era una enfermedad estigmatizada. No hablabas de ella en público. Solamente se mencionaba esa palabra como un susurro. Y cuántos de mis amigos con sida, a lo largo de los años, han tenido que gastar una energía preciosa, no en enfrentar la enfermedad, sino el estigma asociado a la enfermedad. Muchos de ellos me dijeron que el personal médico tendía a susurrar al dirigirse a ellos. Como cualquier niño, mis amigos entendieron correctamente que esos susurros eran una manera de mantener las cosas en secreto, y que el secreto y el estigma van de la mano el uno con el otro en este mundo.
La prisión, la prostitución y ciertas condiciones cerebrales están, desde luego, marcadas por estigmas importantes. Hay muchos estigmas más, ciertamente, que se basan en el cuerpo humano y que no se asocian con enfermedades. Por ejemplo, los niños mayores que mojan la cama están estigmatizados. Los zurdos fueron estigmatizados durante siglos. Escuché recientemente que cientos de personas zurdas mueren cada año debido a que tienen que usar equipos industriales diseñados para la gente diestra(5), que son a quienes que se suele considerar ‘normales’.
La gente también es desacreditada por su peso. La gente obesa, o la muy delgada, es frecuentemente estigmatizada al ser caricaturizada grotescamente en películas, televisión y rutinas cómicas. Y algo que me resulta de lo más extraño es que la distribución del pelo en el cuerpo parece preocupar a muchas personas –por razones que están más allá de mi comprensión. A algunos hombres con mucho pelo en el cuerpo se les estigmatiza como gorilas y monos. Las mujeres frecuentemente son presas del pánico por el estigma de que les aparezca pelo en los lugares en los que nuestra irreflexiva y todopoderosa cultura sugiere que no debería haberlo. Y, por supuesto, nadie parece capaz de contenerse de hacer comentarios chistosos sobre los hombres que tienen poco pelo en la cabeza. El penoso relato tradicional hebreo antiguo que escuchamos al inicio sugiere que el estigma asociado a la calvicie persiste desde hace por lo menos tres mil años en algunas culturas. El hecho de que un par de osos salieran del bosque y malhirieran a todos los acosadores del pueblo me dice mucho también. Este cuento popular de venganza sangrienta me sugiere que la respuesta emocional a la estigmatización social de algunas características físicas no ha cambiado mucho en tres mil años. Duele ser estigmatizado. Nadie puede sorprenderse de que alguien pudiera por lo menos soñar con desquitarse por ese dolor que se le inflingió.
La palabra ‘estigma’ en sí misma tiene al menos tres mil años, es tan vieja como el mencionado cuento popular. Es una palabra griega que proviene del persa antiguo ‘tigra’, que significa ‘flecha’. El famoso río Tigris que discurre a través de Bagdad, en Irak, fue llamado así debido a que en el nacimiento de este poderoso río, el agua “fluye rauda como una flecha” por una serie de rápidos. Entre los griegos, la palabra ‘estigma’, que se deriva de ‘tigra’ servía para designar la marca que produce una flecha, ya sea que se trate de un efecto adverso o de una herida.
Por ello, queda claro para mí que estigmatizar a alguien es lastimarlo. Es lanzar una flecha de desprecio hacia su interior, para que en su dolor se mantenga alejado de ti, o más precisamente, muy abajo de ti. Para decirlo de otra forma, si yo me involucro en la estigmatización de alguien, de alguna manera me estoy apresurando a bendecirme a mí mismo como ‘normal’, por comparación.
Ahora que, desde luego, nadie se levanta por la mañana y dice: “Caramba ¿cómo estigmatizaré a alguien hoy?” No encuentra uno libros que se titulen “¿Cómo estigmatizar?” en las librerías de autoayuda, y todavía no he conocido a alguien que realmente piense que deshonra o desacredita a otras personas, así sea inconscientemente.
Pero de todas formas la gente es estigmatizada. ¿Cómo es eso? Por las cosas que asumimos, que damos por hechas. Por cómo hablamos de ellos a sus espaldas. Por cómo contamos chismes sobre ellos, o relatamos sus historias. Por la forma en que nos aferramos al ídolo de la ‘normalidad’ a cualquier costo. Por cómo nos rendimos complacientemente y aceptamos que el peso de las personas sería algo divertidísimo, la calvicie una broma y la enfermedad mental una generalización simpática. Por cómo nos rehusamos a hacer frente a nuestros temores sobre la salud, la muerte o la injusticia. Por la forma como hablamos teológicamente sobre la dignidad humana… ustedes saben, ¿creemos acaso que cometer un crimen deshumaniza a alguien para siempre, y que todos aquellos que hayan estado presos DEBEN ser estigmatizados para mantenerlos lejos de nosotros?
No, nuestra poetisa nos dice muy bien cómo la gente llega a ser estigmatizada, incuso en los círculos liberales: “Traen secretos puestos sobre sus rostros mate, tersamente modelados, una máscara de maquillaje. Los vi dejar trazas de historias en las servilletas de tela; en los pañuelos, los vi rozar sus labios contra orejas, dejar atrás historias en manchones rojizos, limpiar frente y labios con delicados dedazos, oprimir los chismes dentro de las palmas, cotilleos que se quitan al frotar como polvo facial, como pintalabios –o como polen, pasado de flor en flor, de la antera al estigma…”
Pues el estigma también es la parte de la flor que es cubierta por el polen, y nuestra poetisa sabe que los estigmas viajan por la sociedad como el polen, a través del aire… invisible y efectivamente. Y siempre, ella nos lo recuerda, por contacto… “los chismes dentro de las palmas, rozar sus labios contra orejas”.
Pienso que nuestra tradición histórica, el Universalismo, llama a cada uno de nosotros a responder al poder del estigma en el mundo. De hecho, pienso que la religión liberal podría bien ser descrita, no por sus variadas teologías, sino por su actitud hacia el poder de los estigmas para deshumanizar y lastimar. Pienso, por ejemplo, que las enseñanzas universalistas del antiguo maestro de Galilea, Jesús de Nazaret, podrían ser un muy buen ejemplo de una verdadera actitud 'antiestigma'.
¿Así que es una desgracia ser indigente, ser pobre, vivir en una casa de lámina de cartón, o tomar el transporte público en vez de conducir un auto nuevo? Jesús invierte en su cabeza este viejo estigma… “Bienaventurados los pobres…” Él los bendice, es decir, los desestigmatiza, y dice que ellos están más cercanos al dominio del amor que la gente que ya no es pobre. ¿Y cuáles eran los dos grupos de gente más estigmatizados en el mundo de la antigua Galilea? Las callejeras y los burócratas cobradores de impuestos para Roma, que trabajaban para el enemigo romano. Prostitutas y 'publicanos' es la vieja traducción. Y, aún así, Jesús, al hablar ante los sacerdotes más prestigiosos, insiste en que una suripanta o un cobrador de impuestos podrían realmente estar más cerca de Dios que cualquier clérigo autocomplaciente pagado de sí mismo.
Esta afirmación también es un intento de desestigmatizar, es decir, de humanizar a los seres humanos, y de demostrar que, o todos somos benditos, es decir, intrínsecamente valiosos, o todos seríamos malditos. No hay puntos intermedios. Todos estamos juntos en esto, y debemos encontrar formas de comprenderlo, o de otra forma todos resultaremos heridos, y todos significa todos, tanto quienes son heridos por las flechas del estigma, como también aquellos que las lanzan.
Para mí, ser Unitario Universalista es ‘aceptar un llamado’ a hacernos concientes de cómo podemos tender a estigmatizar a otros y hacerlos caer en desgracia, deshonrarlos. Ser Unitario Universalista no es algo que solamente implique liberalidad espiritual personal y escepticismo teológico. No es una membresía en un partido político, tampoco, ni alguna clase de metafísica agnóstica. Sostengo que ser Unitario Universalista es hacerse más y más consciente cada día sobre cómo estigmatizamos a los demás, y cómo nosotros mismos somos estigmatizados. Podemos mejorar nuestra capacidad de ser conscientes, de percibirnos a nosotros mismos, al recordar los momentos en los que nosotros mismos nos hemos sentido lanzados a la deshonra y desacreditados por otros… en cuanto a nuestras decisiones sobre con quiénes nos relacionamos, en lo que se refiere a nuestra apariencia física, o por lo que hemos hecho o dejado de hacer. Hacemos esto al aprender a reír de lo que es realmente chistoso y no de lo que en verdad degrada y lastima. Podemos lograrlo si admitimos que es verdad que es muy difícil ser sabios e inteligentes por nosotros mismos… necesitamos trabajar juntos para encontrar soluciones, dado que cada uno de nosotros tiene un pedacito, y sólo un pedacito, de sabiduría que ofrecer. Un pedacito menudo, no importa cuán importante nos parezca a nosotros. Tomar una página del libro del maestro Jesús no es una mala idea tampoco… podemos buscar las formas en las que él invierte el concepto de ‘normalidad’ en su cabeza. Podemos vivir basados en la razón y no en el estigma, en la alabanza y no en la deshonra. Podemos rehusarnos a desacreditar, desestimar o desgraciar a cualquier ser humano debido a la marca que ha sido puesta sobre él, o ella, por los irreflexivos y desconsiderados.
En pocas palabras: podemos cuestionarnos a nosotros mismos, en vez de cuestionar solamente la teología tradicional.
Y si pudiera hablar con aquella mujer otra vez –con la maestra que amaba la enseñanza pero que temía en su corazón el estigma– le diría esto: “Tal vez las congregaciones Unitarias Universalistas son mejores para esto de lo que usted cree. Tal vez las viejas enseñanzas de sabiduría realmente gozan de predicamento y estimación entre nosotros. Tal vez ayudarla a usted a vivir sin el estigma es la mejor parte de la tarea. Al menos, debo confiar en esa posibilidad como el fundamento mismo de mi trabajo. Gracias por compartir su historia conmigo”.
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(1) Estigma (flechazo, aguijonazo, herida, mancha o marca) es una marca corporal o simbólica, generalmente un signo de infamia o de caída de la gracia. El estigma era una marca o símbolo que indicaba que algo no era apropiado, ni merecedor. A los esclavos fugados, o a otros proscritos sociales, se les marcaba en la frente –en la antigua Grecia– con una “A” u otra señal infamante (cortar la nariz o las orejas, por ejemplo). Un estigmatizado nunca podía volver a ser admitido en la plaza central de una ciudad, ni en el mercado, sino que quedaba condenado a vagar acercándose solamente a las afueras de las ciudades. Por analogía, se habla hoy de ‘estigmatización’ para designar el señalamiento social negativo hacia ciertas personas, o colectividades. El estigma social produce una identidad personal deteriorada.
En botánica, se llama estigma a la zona receptiva del pistilo de las flores que retiene –y en la que germina– el polen (que proviene de la antera); se sitúa en el extremo o cerca del extremo del estilo.
(2) 'Sexista’ significa que algo es discriminatorio sobre la base del sexo (usualmente se refiere a la actitud negativa de los hombres hacia las mujeres). La creencia de que los hombres serían superiores a las mujeres es una creencia sexista. El ‘sexismo’ es el mecanismo por el que se privilegia un sexo sobre otro. Conceptos y conductas patriarcales que mantiene en situación de inferioridad y subordinación al sexo femenino. Está presente en todas las formas de la vida social y todos los ámbitos de las relaciones humanas, es decir, las formas prácticas de actuar.
La ‘discriminación’ es la práctica consistente en la descalificación de individuos o grupos de individuos en función de algún rasgo, características o marca que acentúe la posibilidad de ser pensado como diferente. También es la acción mediante la cual algunos sujetos son excluidos socioculturalmente debido a algún rasgo o características personales. Consiste en la no-aceptación de las diferencias. La discriminación es el trato desigual a causa de prejuicios o preferencias que van en contra del color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política, la discapacidad, etc.
El ‘patriarcado’ es la forma de organización social en la que el varón ejerce la autoridad en todos los ámbitos, asegurándose la transmisión del poder y la herencia por línea masculina.
El ‘prejuicio’ es juzgar las cosas antes de tiempo o sin conocimiento cabal. En psicología social el prejuicio es una actitud aprendida, usualmente negativa e infundada, hacia ciertas personas, o colectivos.
(3) La esquizofrenia es una grave enfermedad mental, consiste en una escisión de la personalidad y una ruptura de los mecanismos psíquicos normales, lo que provoca una conducta incomprensible y una pérdida del contacto con la realidad. Es uno de los trastornos de salud mental más complejos; caracterizado por pensamientos distorsionados, sentimientos extraños y comportamiento y utilización del lenguaje inusuales; implica una alteración severa, crónica e incapacitante del cerebro.
(4) Se llama popularmente ‘personalidad dividida’a un desorden disociativo relativamente raro en el que la integridad usual de la personalidad se colapsa y dos o más personalidades diferentes surgen en la misma persona.
(5) En español, palabras que deberían ser meramente descriptivas de lateralidad (como ‘derecho’ e ‘izquierdo’) son un ejemplo de estigmas ancestrales.
‘Diestro’ no solamente significa “Que tiene tendencia natural a servirse preferentemente de la mano derecha o también del pie del mismo lado”. La cualidad de diestro es notablemente positiva: “Hábil, experto en un arte u oficio”, “Sagaz, prevenido y avisado para manejar los negocios, sin detenerse por las dificultades”, “Favorable, benigno, venturoso”.
En cambio, ‘siniestro’, además de su sentido de lateralidad (“Dicho de una parte o de un sitio: Que está a la mano izquierda”), tiene implicaciones fuertemente negativas: “Avieso y malintencionado”, “Infeliz, funesto o aciago”, “Suceso que produce un daño o pérdida material considerable”, “Propensión o inclinación a lo malo; resabio, vicio o dañada costumbre que tiene el hombre o la bestia”. El estigma contra la zurdera sigue tristemente vigente en nuestra lengua.
Mark Belletini: El estigma
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