martes, 13 de enero de 2009

El cáliz y la mesa


Revdo. Robert M. Hardies, Ministro Principal de la Iglesia de Todas las Almas (Unitaria) de Washington, DC, 25 de enero de 2004 (Trad. Francisco Javier Lagunes Gaitán) http://www.all-souls.org/sermons/20040125.htm



La mayoría de ustedes habrán oído la broma antes. Si han sido unitarios universalistas el suficiente tiempo, seguramente ya habrán escuchado el chiste y hasta tal vez lo han contado un par de veces: "¿Qué obtienes cuando cruzas a un testigo de Jehová con un unitario universalista? ¡Alguien que sigue tocando a tu puerta sin ninguna razón aparente!". Se trata de una de las bromas de auto menosprecio que a los unitarienos nos gusta contar sobre nosotros mismos. Es reveladora de nuestra inquietud hacia el hecho de que no contemos con respuestas rápidas y facilonas que dar cuando la gente nos pregunta sobre nuestra fe. Luchamos para expresar con claridad tan sólo lo que nuestra iglesia cree.

Así que mi prioridad esta mañana es ayudarlos con su discurso promocional. Para ayudarlos a articular la plataforma unitaria universalista. De manera que si alguna vez deciden tocar de puerta en puerta en pro de la iglesia, o incluso si sólo deciden invitar a alguna amistad –cosa que sé que muchos de ustedes hacen– al menos tengan un punto para empezar. Así que eso haremos esta mañana. Pero primero, ¿Por qué toda la confusión, en primer lugar? ¿Por qué es tan difícil para los unitarios resumir qué es lo que significa su fe?

La respuesta a esta pregunta también nos dice mucho. Y es debido a que creemos en la libertad de conciencia con respecto a las creencias religiosas de la gente. Creemos que el Espíritu llama a cada uno de nosotros de maneras diferentes (¡y a veces peculiares!). Así que cada persona unitaria tiene, tanto la libertad, como la responsabilidad de descubrir la verdad y el sentido religiosos.

Ahora, esta libertad es frecuentemente malentendida. A veces escucho a la gente decir, "Bien, soy unitariano, así que puedo creer lo que yo quiera". Aquellos de ustedes que me conocen bien saben que esa frase es para mí tan exasperante como escuchar el chirrido de uñas contra un pizarrón. Sugiere que la religión sería cuestión de preferencias y capricho. Permítanme sugerir, en cambio, que digamos, "Soy Unitariano, soy libre de creer lo que debo". Porque esto es más cercano a la verdad. Somos libres de creer lo que nuestra conciencia demanda que creamos. Gandhi, quien es un gran ejemplo de alguien que no dio por buenas las verdades religiosas preestablecidas y que, al mismo tiempo, era profundamente religioso dijo, "La única tiranía que obedeceré es la de la tranquila vocecilla interior". La conciencia.



Ustedes saben, quiero creer en un paraíso. En el cielo. Donde los pecados del mundo serán quitados y viviremos todos como uno solo. Pero debo creer –porque mi conciencia me lo demanda– que este es el mundo que cuenta. Aquí precisamente. Este es nuestro intento de paraíso. Quiero creer que es suficiente para mí evadirme y orar, albergar pensamientos elevados y compartir algunos de ellos con ustedes. Me gustaría darme a la auto indulgencia fácil. Pero debo creer que mi fe tiene que ser expresada a través de actos de justicia y compasión. Son mis acciones, no mi credo, lo que hace la diferencia.

Así que hay una diferencia entre creer cualquier cosa que queramos y creer lo que debemos creer. Y es nuestra tarea conocer esa diferencia. Se darán cuenta de que mucho de nuestra iglesia está estructurada para ayudarles en su búsqueda de la verdad y el sentido. La adoración dominical. Las clases de desarrollo espiritual adulto. Los grupos de interés compartido. Todo está diseñado para darles la oportunidad –solos y en comunidad– de descubrir qué es lo que su conciencia exige de su vida.

Habiendo dicho eso, la verdad es que los unitarios universalistas han estado comprometidos con la búsqueda de la verdad por 500 años, desde la Reforma protestante. Lo que significa que existe una tradición de investigación espiritual. Y esa tradición da forma a lo que somos como movimiento religioso hoy en día. La tradición nos ha proporcionado algunas verdades probadas por el tiempo. Principios básicos reveladores de la fe unitariana. Para mí, esta es la plataforma. Argumentaré que existen dos de ellos. Y que están representados por dos de los símbolos destacados en nuestro Santuario: el cáliz ardiente y la mesa de bienvenida sobre la que éste se coloca, y en cuyo lado está grabada la frase, "Todas las Almas son la Mía". El cáliz y la mesa. Si puedes recordar aquellos dos símbolos, podrás recordar dos de los más importantes valores centrales del Unitarismo Universalista.

Empecemos con el cáliz encendido. Debido a que el cáliz habla de los primeros principios de nuestra fe. Habla de nuestros orígenes como seres humanos. En la religión, el fuego casi siempre es un símbolo de la presencia de Dios. La flama ardiente de nuestro cáliz, representa lo que Ralph Waldo Emerson (1803-1882) llamó la "chispa divina" y que reside dentro del alma de todos y cada uno de nosotros. Provenimos de materia santa. Cada uno de nosotros. Otra forma de decir esto es que cada uno de nosotros ha sido creado a imagen de Dios. Un agnóstico podría simplemente decir que cada uno de nosotros nació con una valía y una dignidad que es inherente a nuestro ser. Esta es la premisa del unitarianismo. Que los seres humanos son valiosos. Que la creación es santa. Que todos estamos hechos de la misma cosa, y que es una cosa buena.



Así como esa flama en el cáliz, el valor y la dignidad de la creación pueden ejercer una fuerza poderosa, o pueden apagarse. Su luz puede conducirnos hacia la mayor libertad para aquellos que han sido considerados menos que valiosos. O la luz titilante puede ser extinguida y la dignidad de la gente aniquilada. A través de las acciones deliberadas de otros, a través de nuestro propio rechazo a aceptarnos como merecedores y valiosos, o a través de teologías que degradan en vez de elevar la dignidad humana.

Permítanme contarles una historia que escuché recientemente y que habla de la importancia del cáliz ardiente (del sermón de Mary Harrington, "Esta fe que amamos"). Tengo una colega –una ministra unitariana– quien por un tiempo trabajó como capellana en un hospital. Un día llegó a su trabajo sólo para encontrar a los doctores y enfermeras de la unidad sentados y en silencio aturdido. Pálidos. Las manos sobre la cabeza. La noche anterior una enfermera de su unidad –la llamaremos Brígida– se fue a casa del hospital, mató a su esposo y luego se dio un tiro ella misma.

Entre los amigos y colegas de Brígida en la unidad había cristianos evangélicos, hindúes, musulmanes y varios ateos. Y pese a que tenían muchos capellanes para escoger, se dirigieron a mi colega unitariana, debido a que creían que solo ella podría acompañarlos a cada uno de ellos en su dolor y sus interrogantes. Contaron con ella para atenderlos. Y lo hizo.

Pero unos días después, las enfermeras llamaron a mi amiga de nuevo. Resultó que los padres de Brígida la habían enterrado sin un funeral. Su vergüenza por los crímenes de ella era tan grand que no pudieron soportar la idea de honrarla con un servicio fúnebre. Además, el ministro de la familia se rehusó –por razones teológicas– a oficiar en el servicio conmemorativo por la memoria de una persona que cometió asesinato y suicidio. Su crimen atroz puso a Brígida más allá del alcance no solo del amor de su familia, sino, aparentemente, también la habría puesto más allá del amor de Dios.

Bueno, la decisión de la familia de no celebrar honras fúnebres dejó desolados a los amigos y colegas de Brígida en el hospital. No tenían ilusiones sobre Brígida, sabían que tenía sus demonios. De desesperación. De rabia. Sabían que había luchado fuerte. Pero también la conocieron como capaz de amar. Ellos la habían visto atender tiernamente a sus pacientes. Querían honrar lo que quedara en Brígida de esa chispa divina. Incluso pese a que Brígida había dicho finalmente "no" a la vida y al amor. Deseaban decir "sí" a la vida y al amor que alguna vez habitaron en ella. Y una vez más, buscaron a la capellana unitariana para encender el cáliz donde había sido apagado. Para afirmar lo precioso de la creación, incluso en medio de su profanación.

La valía y dignidad de cada individuo. De Brígida, inclusive. Esta es la premisa del unitarismo. En un mundo que frecuentemente aprovecha cada oportunidad para despojarnos de nuestro valor y dignidad, debemos descubrir nuevas y creativas maneras de atestiguar el cáliz ardiente. Decir a la gente (y a veces debemos empezar por nosotros mismos) "Eres valioso. Eres amado. Eres un hijo de Dios".



Si el cáliz es el punto inicial, la premisa de nuestra fe, entonces la mesa de la bienvenida es nuestro objetivo. La mesa con las palabras grabadas a su lado, "Todas las almas son la mía", es el símbolo de la creencia unitaria universalista de que nuestro destino es ser uno con toda la creación. Esta es una creencia que proviene del lado universalista de nuestra herencia. Mientras que los calvinistas creían que sólo algunas personas irían al cielo y que, por lo tanto, la familia humana estaba dividida entre escogidos y malditos, los universalistas creían en un Dios cuyo amor era tan grande que todas las almas se reconciliarían, finalmente, con Dios y entre ellas. Esta unidad de la familia humana, esta interdependencia de toda la creación es lo que William Ellery Channing (1780-1842) quiso decir cuando dijo, "Soy un miembro viviente de la gran familia de todas las almas" [de esta frase de Channing proviene el nombre de la Iglesia de Todas las Almas]. En tanto que unitarios universalistas, somos desafiados a tomar esas palabras y hacerlas nuestras. A habitar dentro de esas palabras. A habitar dentro de ese futuro en el que seremos una gran familia de todas las almas. Incluso si ese futuro sólo es un atisbo en nuestro ojo. Incluso si nunca hemos de verlo en todas nuestras vidas. Nuestro llamado es a vivir nuestras vidas en círculos siempre crecientes de amor.

La mesa es el símbolo religioso de la hospitalidad. Y esta visión de la gran familia de todas las almas es, desde luego, una fe hospitalaria. Una fe que dice en última instancia, cuando el mundo sea finalmente reconciliado, habrá espacio para todos nosotros a la Mesa de Bienvenida. Nadie será dejado atrás. La Mesa de Bienvenida nos recuerda que no hay tal cosa como la salvación del alma individual, por aparte del alma colectiva. La salvación sólo es posible si todos nos sentamos alrededor de la Mesa de Bienvenida. El mensaje de la Mesa de Bienvenida es, o todos sobreviviremos juntos, o todos caeremos juntos. "Todos vamos" dijo Martin Luther King Jr. (1929-1968), "en una sola prenda del destino". La mesa es el símbolo de nuestro destino.



Ahora, debo decirles, creo que esta es una Buena Nueva. Porque como yo la veo, vivimos en un mundo en el que la familia humana es desgarrada por dos fuerzas iguales opuestas. Por una parte, los fundamentalismos religiosos de todo tipo están en ascenso en nuestro país y en el mundo. El fundamentalismo es una fe que usa a Dios para dividir a la familia humana. El fundamentalismo adora un Dios que selecciona y escoge. Que tiene favoritismo, que separa al trigo de la paja, a los salvos de los malditos, a los escogidos de los olvidados. El atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 nos recordó lo sangriento que un Dios que selecciona y escoge puede ser.

A través del bando de los fundamentalistas se colocan quienes proponen un mundo capitalista globalizado completamente secular. Me atrevo a decir que el capitalismo global irrestricto incluso tiene menos miramientos por la dignidad humana que el fundamentalismo. El valor de la gente está determinado solamente por su uso de la economía. Adam Smith llamó al mercado libre la "mano invisible", que silenciosamente organiza la economía a un máximo de eficiencia y productividad. Esta mano invisible decide a dónde se van los puestos de trabajo, hacia dónde fluirá la riqueza, y quien se quedará en la pobreza. En otras palabras, la mano invisible también es un Dios que selecciona y escoge.



La Buena Nueva de la Mesa de Bienvenida es que un Dios que escoge y selecciona no es un Dios en absoluto. Es un ídolo. Y contra esta fe espuria, estamos por la fe en un dios que llama a todas las almas a la Mesa de Bienvenida. Un Dios de toda la raza humana. Debemos decir al mundo que no hay enemigos. Que no hay extraños. Solo hay hermanos y hermanas en la gran familia de todas las almas.

Eso, para mí, es una buena nueva. Tan buena, de hecho, que casi suena demasiado buena para ser verdad. Pero como una vez nos advirtió Mae West de que, "Demasiado de una cosa buena… ¡Es maravilloso!". Amigos, otra gente adora a un dios de algunas almas, y tiene la audacia de llamar a eso "buenas nuevas". Nosotros estamos por el Dios de todas las almas, y me atrevo a decir que ésta es la Todavía Mejor Nueva.

Así que la siguiente vez que le digas a alguien sobre tu iglesia, háblales del cáliz y de la mesa. Dales la buena nueva de que ellos –y toda la creación– son valiosos. Y que nuestro destino es que seamos reconciliados como una gran familia de todas las almas, sentados juntos alrededor de la Mesa de Bienvenida. Diles, que ese es el sueño de nuestra fe. Y que la tarea de nuestra fe es hacer que ese sueño se vuelva realidad.

Que así sea. Amén.





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