jueves, 2 de julio de 2009

Unitarios universalistas renacidos






Por Forrest Church, dado en la Asociación Unitaria Universalista

de Congregaciones (UUA) en Boston, Massachusetts, el 29 de junio de 2003.

(Trad. Fco. J. Lagunes G.)

http://www.allsoulsnyc.org/publications/sermons/fcsermons/bornagainuuism.html

http://lcum.blogspot.com/2009/07/unitarios-universalistas-renacidos.html



Estar en Boston este año para la Asamblea General de la Asociación Unitaria Universalista de Congregaciones (UUA) es un gran privilegio para todos los aquí reunidos. No puedo evitar pensar que suscita un estallido de energía nueva y compromiso con nuestra fe elegida. Esta tarde, como mi propia contribución a esta noble tarea colectiva, dedicaré mis señalamientos a nuestras buenas nuevas. Eso es lo que significa la palabra 'evangelio', ciertamente: buenas nuevas. Yo, por mi parte, no me avergüenzo del evangelio liberal. Ha enriquecido e incluso transformado mi vida. Pues éste conlleva una obligación, predicar y publicar nuestras buenas nuevas tan persuasivamente como podamos e invitar a otros a unírsenos en su celebración.

Como imagen en negativo [=que ofrece invertidos los claros y oscuros, o los colores complementarios, de aquello que reproduce] de toda forma de fundamentalismo, la visión de los unitarios universalistas ofrece al mundo una visión religiosa alternativa. En vez de desgarrar, sembramos. En vez de dedicar nuestras vidas a separar las ovejas de las cabras, nosotros celebramos la unidad, dos veces en nuestro propio nombre. Por lo demás, 'liberal' significa generoso, flexible y libre. Así que este poder salvífico, el poder de nuestras buenas nuevas, tendrá un impacto sólo si traemos la misma pasión hacia nuestra fe liberal —hacia nuestra fe de manos abiertas, de corazón abierto, de mente abierta— que otros llevan hacia la suya.



Puede que conozcan el poema de William Butler Yeats (1865-1939), "La segunda venida"*. He vuelto a ese texto a lo largo de algunos meses desalentadores en el pasado reciente. Al observar un paisaje devastado por la guerra, Yeats dijo, "Los mejores carecen de toda convicción, / mientras los peores / están llenos de fanática osadía". ¿Saben qué separa a los mejores de los peores? Los peores están seguros de ser los mejores, mientras que los mejores tienen el buen sentido de reconocer que llevan lo peor dentro de ellos. Esto puede (y debiera) atemperar el fanatismo de nuestra osadía, pero no debería minar nuestra convicción. De hecho, nunca en la historia el mundo ha necesitado el testimonio de una fe que respete, en vez de desdeñar, las diferencias honestas de creencias. Para sacar la luz de debajo del cajón del celemín, sin embargo —para que resplandezca con todo su brillo y penetre la densísima obscuridad—, primero hemos de articular más precisamente, en principio para nosotros mismos y luego para los demás, lo que esta luz nuestra ilumina.

Permítaseme formular una pregunta. Si alguien te preguntara, "¿En qué crees?" ¿Tendrías lista una respuesta? Cada año, en la Iglesia de Todas las Almas de la Ciudad de Nueva York, la congregación que he servido durante el último cuarto de siglo, los jóvenes de tercer año de secundaria preparan su declaración de credo personal en unos 3 minutos y la presentan ante la congregación el Domingo de Mayoría de Edad. Luego de la ceremonia, durante la hora del café, frecuentemente escucho a los padres y a otros adultos de la congregación comentar meditabundos si ellos podrían hacer lo mismo que los jóvenes.

Bueno, ¿podrías tu?



Imagínate que durante una cena social te dieras cuenta de que eres la única persona presente que va a la iglesia. Al momento en que esta pizca reveladora de información quede expuesta inadvertidamente, encontrarás que despertaste el interés de la concurrencia —todos ellos gente que dejó de lado la religión. Quieren saber por qué. Quieren saber más. Súbitamente la cena se puso peligrosa. Al sentirte más a la defensiva que con disposición evangélica, comienzas a apretar los botones para controlar la ansiedad. "Bueno, no es realmente una iglesia. Miren, soy unitario universalista".

—"Siempre quise saber del Unitarismo Universalista. ¿Qué es lo que creen ustedes?", te pregunta la mujer que está frente a ti.

"Nada, en realidad", farfullas. "Bueno, no es que en realidad no sea nada, en realidad sí creemos algunas cosas". Luego apresuradamente les aseguras que no crees que Jesús haya nacido de una virgen, ni que haya resucitado al tercer día, que casi nunca lees la Biblia y que ciertamente estás de acuerdo en que la religión es la fuerza más peligrosa del mundo, especialmente en la actualidad. A lo que tus amistades te responden que esas son precisamente las mismas razones por las que ellos no asisten a la iglesia.

¿Sabes lo que sucede si cruzas un unitario universalista con un Testigo de Jehová? Obtienes a alguien que toca a las puertas de las casas sin razón aparente.

¿Pero acaso hay tal cosa como un unitario universalista evangélico? En mi visión del mundo, por supuesto que sí existe. Para mí, 'unitario evangélico' no es un oxímoron [=contradicción de términos]. Amé lo que Matthew Diaz dijo a la gente de la Iglesia de Todas las Almas en su declaración de credo personal, el año pasado. Se puso de pie cuan largo era y dijo, "Creo en la magia". Desde luego. La magia de la vida, plena de misterio, imbuida de maravilla. Sonó justo como nuestro siempre celebrado Ralph Waldo Emerson (1803-1882).

Emerson creía en los milagros. No en detener el sol. No en abrir el Mar Rojo. Sino en el milagro de que el sol brille sobre la tierra y en el milagro de que los océanos hiervan pletóricos de vida. El milagro de un recién nacido. El milagro de la conciencia. El milagro de la esperanza. Los creyentes fundamentalistas y ortodoxos encuentran sus milagros en las Escrituras. Los materialistas seculares descartan la idea misma de los milagros. Los unitarios universalistas siguen al sabio unitario Ralph Waldo Emerson y dicen "Toda la vida es un milagro", desde "el trébol que germina a la lluvia que cae".

La experiencia religiosa brota de dos fuentes primarias, del asombro reverencial y la humildad. Quienes se rehúsan a ir más allá de la letra —sea de las escrituras o de la ciencia— para explorar el espíritu no prestan ningún servicio al asombro o a la humildad. Los fundamentalistas vienen en dos variedades básicas. Los fundamentalistas de la derecha ponen en un santuario al Dios minúsculo de su altar. Los fundamentalistas de la izquierda rechazan a este Dios minúsculo, e imaginan que al hacer esto han realizado algo creativo e importante. Ambos grupos están en una sumisa servidumbre ante el mismo Dios minúsculo.

Algunos unitarios universalistas usan un lenguaje en clave teísta; otros no. Realmente no es importante. Cuando la gente me dice con orgullo que no cree en Dios, les pido que me hablen un poco del dios en el que no creen, pues es probable que yo tampoco crea en ese dios. Dios no es el nombre de Dios. Dios es el nombre que le damos a aquello que es más grande que todos, pero que está presente en cada uno. Llámalo como quieras: el espíritu, el terreno del ser, la vida misma; permanece como siempre lo ha hecho —en la definición de 'lo Santo' de Rudolph Otto—, como un misterio fascinans [fascinante] y un misterio terribilis [terrible], que produce un asombro reverencial que hace que nuestra mente se incline.

Los unitarios universalistas no rechazan la religión; extendemos su brújula. Que nuestros vecinos ortodoxos tengan que circunscribir la maravilla y el sentido a un círculo tan pequeño no nos obliga a abandonar la maravilla, ni a suspender nuestra búsqueda del sentido. Al contrario. Cambiamos nuestro ángulo de visión (como lo dijo Emerson). Expandimos nuestro círculo de investigación.
A quienes se aferran fieramente a permanecer dentro del círculo estrecho, esto podría parecerles como una herejía; a quienes se aferran a omitir específicamente ese círculo, esto podría parecerles irreligioso, puesto que también han definido la religión de una manera estrecha. Por ello es que los materialistas seculares son tan propensos a burlarse del unitarismo universalista como aquellos cuya fe se ajusta a una brújula espiritual mucho más pequeña de lo que nos resulta cómodo. Mi propio padre, un católico renegado, creía que la Iglesia Católica Romana era la única iglesia verdadera; y a esa iglesia rechazó. Aquellos de ustedes que han llegado al unitarismo universalista desde una experiencia previa en el catolicismo escogieron no permitir que la Iglesia Católica Romana definiera por ustedes lo que es la religión. Lo mismo se aplica para quienes fueron criados en otras religiones, o sin ninguna fe en absoluto. Somos libres como unitarios universalistas de definir nuestra fe más ampliamente, de acrecentar nuestro círculo de investigación, como un acto religioso, no como uno irreligioso.

La teología es poesía, no ciencia. Durante nuestra breve existencia, interpretamos la más grandiosa y misteriosa obra maestra de todas, la creación misma. La creación es nuestro libro de revelación, no un libro encuadernado concedido a nosotros como un favor por algún gurú antiguo. Confiamos en el oráculo de nuestra propia experiencia, extraída de nuestra lectura del libro de la naturaleza y de la naturaleza humana, lo que incluye nuestra lectura de la Biblia y nuestro estudio de la filosofía. El texto del sentido es vasto, sus matices muchos y variados. Para honrar esta realidad, el unitarismo universalista considera sagrada la libertad de pensamiento. También insistimos en el respeto mutuo en la medida en que se gane a través de concedernos recíprocamente la libertad de seguir nuestra propia conciencia.

¿Es este el fundamento de los principios de la creencia? Desde luego que lo es. Los creyentes ortodoxos definen la religión de manera estrecha y se abrazan a ella. Nuestros vecinos escépticos definen la religión de manera equivalentemente estrecha y la rechazan. Nosotros definimos la religión de manera amplia y así la abrazamos. El unitarismo universalista no es una alternativa a la religión, sino una alternativa a ser religiosos, o irreligiosos, de maneras absolutas.


Si de verdad quieres hacer más interesante esa cena social, podrías comentar a tus compañeros de mesa que el unitarismo universalista es la fe quintaesencial que conformó a nuestro país [así como a las democracias modernas]. Thomas Jefferson (1743-1826) y John Adams (1735-1826) eliminaron el yugo político de la servidumbre frente a la Corona Inglesa, lo hicieron porque creían en la libertad y la democracia. Difícilmente sorprende que ambos hombres exhibieran el mismo espíritu libre en sus vidas religiosas. En tanto que unitarios, rechazaron la autoridad de las cabezas mitradas del cristianismo, ejercieron la libertad de creencia religiosa, incluso al ejercer la libertad de asociación política. Jefferson fue un proponente y defensor especialmente destacado de la separación entre las iglesias y el estado como principio fundador de los estados modernos, mismo que se aplica por igual a los Estados Unidos de América y al unitarismo. Podemos proteger nuestra propia libertad religiosa sólo al proteger la libertad religiosa, tanto de quienes dibujan su propio círculo de manera muy estrecha, como de quienes se definen por rechazar la religión entendida sólo como ese mismo círculo estrecho, al mismo tiempo.

Los principios Unitarios Universalistas** reflejan la fe incluyente en la libertad y la igualdad expresada en la Declaración de Independencia de los EUA (1776). No sólo eso, sino que la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) —en sí misma la mayor expresión moderna de los valores ilustrados que compartía el idealismo de los patriotas originales estadunidenses, y por ello la mejor expresión de nuestro patriotismo— proviene de la misma fuente. La próxima ves que leas el preámbulo de la Declaración de Independencia o de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, escucha como nuestros principios se hacen eco de esos documentos, frecuentemente palabra a palabra: valía inherente y dignidad; equidad y compasión; aceptación mutua; libertad y responsabilidad; conciencia; el proceso democrático; paz, libertad y justicia para todos; y una totalidad de la que somos parte.

Eso no es no creer en nada. Y no es creer en cualquier cosa. Es creer en los mismos valores espirituales que conformaron el experimento de autogobierno de los ciudadanos en los EUA. No teman señalar esto a nuestros amigos y vecinos fundamentalistas. ¡Ser antiunitario sería tanto como ser antiestadunidense! Eso sería categóricamente antipatriótico.

Los ideales que abrazamos son ideales nobles. Nunca los alcanzaremos plenamente. Pero, si les dedicamos nuestras vidas, nos han de desafiar diariamente a escuchar a lo que Abraham Lincoln (1809-1865) llamó "los mejores ángeles de nuestra naturaleza". Jefferson mismo dijo, "Es en nuestras vidas y no en nuestras palabras en donde ha de leerse nuestra religión". Como dueño de esclavos sufre las consecuencias de ser juzgado por tan nobles ideales hasta el día de hoy. Pero su definición de la religión conserva toda su validez. Obras y no credos: eso es con lo que nos identificamos como Unitarios Universalistas. Nuestra teología misma —al abrazar tantos ángulos de visión, tantas experiencias distintas— se encuentra en el principio salvador de nuestra nación: «E pluribus unum» («De muchos, uno»).

Relato parte de esta historia en mi libro más reciente, The American Creed, a biography of the Declaration of Independence (St. Martins: 2002); pero, fue en otro libro publicado a principios del año (Bringing God Home: a Spiritual Guide for the Journey of Your Life) en el que expandí una vieja metáfora mía para abrazar un universalismo más cósmico. En lo que llamo la Catedral del Mundo hay millones de ventanas, cada una relata su propia historia sobre quiénes somos, de dónde vinimos, adónde vamos, cada una de ellas ilumina el sentido de la vida. A este respecto, somos muchos. Pero también estamos solos, pues una única Luz resplandece a través de cada ventana. Ningún individuo, sin importar lo grande de sus dones espirituales, puede ver directamente esta Luz-Verdad, o Dios —llámala como quieras. No podemos mirar a Dios a los ojos más de lo que podemos quedarnos viendo al sol sin quedar ciegos. Esto debería aconsejarnos una actitud de humildad y respeto mutuo hacia aquellos cuyas reflexiones sobre el significado último difieren del nuestro.

Mira larga y fijamente la luz de los cielos. Hay 1.7 billones [=millones de millones] de estrellas por cada ser humano vivo. La relación de personas a estrellas es de 1.7 billones a una. Esto es asombroso y nos sugiere asumir algo de humildad. Podría ciertamente hacer disminuir el azote de la soberbia humana. ¿No es así? No. En vez de esto, nos sentamos en esta minúscula piedra generosamente aderezada de toda clase de artificios (¡Incluso algunos de nosotros aquí, en Boston!), para discutir quién tendría la mejor información privilegiada sobre el creador y la creación. ¿Acaso el cristiano? ¿O será el budista? ¿O acaso será el ateo? ¿O el humanista? ¿Será el teísta? ¡Por favor! Los humanos anunciamos con orgullo y a los cuatro vientos nuestras diferencias, algunos inclusive matan y se hacen matar por ellas, mientras que, en cada aspecto verdaderamente importante, somos mucho más semejantes que diferentes. Ciertamente somos más semejantes por lo que ignoramos, que lo que nos diferenciamos por lo que conocemos. De hecho, para cuando morimos, escasamente hemos logrado remojar algo nuestra mente. El más sabio entre nosotros no ha conseguido apenas vislumbrar una remotísima y desdibujada noción de lo que trata la vida. Esto nos aconseja que asumamos una actitud humilde, pero también afirma la unicidad. Mi etimología favorita habla elocuentemente sobre este mismo punto. Humano, humanitario, humillar, humor, humildad, humus. Polvo al polvo, la argamasa de la mortalidad nos ata los unos a los otros. De verdad somos uno.

El reconocimiento de la unidad esencial es un pilar, el pilar central, del unitarismo universalista. En contraste, los fundamentalistas, que sólo perciben que la Luz que brilla a través de su propia ventana, concluyen que la suya sería la única ventana por la que brillaría. Incluso podrían incitar a sus seguidores a arrojar piedras a las ventanas de la otra gente. Los materialistas seculares cometen precisamente el error opuesto. Al percibir la enloquecidamente confusa variedad de ventanas y adoradores, concluyen que no habría tal Luz. Pero las ventanas no son la Luz; las ventanas sólo son los canales por los que la Luz resplandece.

La misma metáfora ofrece una descripción fácil de recordar del unitarismo universalista, adecuadísima, de hecho, para esa cena social. Una Luz (el unitarismo) resplandece a través de muchas ventanas (el universalismo), y así ilumina las mentes y corazones humanos de muchas formas diferentes. En nuestras congregaciones honramos esta verdad al animar a nuestros integrantes a reflexionar sobre la Luz a través de cualquier conjunto de ventanas que les resulte más iluminador. Sólo se requiere que esa misma libertad sea honrada por los otros. Si este margen de libertad les parece nebuloso o poco serio a tus vecinos, describe lo que sucede en nuestras congregaciones de manera que les resulte más difícil de rechazar en un primer contacto. Nuestras iglesias, sociedades, y fraternidades son nada menos que laboratorios espirituales para la práctica de «E pluribus unum», de muchos, uno.

Para apreciar cuán iluminador es este enfoque de la religión, considera esto. Si tu vecina estuviese en desacuerdo con tu teología personal, además de cambiar de opinión —una perspectiva que podría no ser de tu agrado— tendrías cuatro opciones. Podrías convertirla, destruirla, ignorarla, o respetarla. Los fundamentalistas de la derecha usualmente intentan la conversión, pero a veces —como lo sabemos por experiencias de primera mano— optan por destruir en el nombre de Dios. Los fundamentalistas de la izquierda (los materialistas seculares) tienden a ignorar tales desacuerdos como irrelevantes, pero también pueden optar por la destrucción. Basta con el testimonio de los gulags y los crematorios para reconocer que los fanáticos religiosos no han logrado acaparar del todo el mercado de acallar el ejercicio de la libertad política y religiosa a través del recurso al asesinato masivo. En los Estados Unidos de América y como se refleja en el unitarismo universalista —una fe quintaesencialmente propia de nuestra historia— al seguir el principio de E pluribus unum, abrazamos la cuarta opción: el respeto mutuo. Hay sólo una advertencia breve a ese respecto. No debemos arrojar piedras a la catedral, ni permitir que otros lo hagan.

¿Y por qué es que elegimos reunirnos en vez de ejercer nuestra plena libertad de creer lo que queramos en la privacidad de nuestros hogares los domingos por la mañana? Simplemente debido a que la experiencia nos ha enseñado que nos necesitamos mutuamente. Necesitamos de la orientación y el consejo para reconocer nuestras lágrimas en los ojos de los otros. Necesitamos hacer que se eleven nuestras aspiraciones morales. Necesitamos de compañeros en el trabajo de amor y por la justicia para mejorar nuestro vecindarios y fortalecer nuestro testimonio en el mundo. Y sí, elegimos unir nuestras manos y corazones debido a que sabemos cuán fácil es deslizarnos de vuelta hacia los hábitos mecánicos que embotan nuestra conciencia. Necesitamos, y sabemos que necesitamos, que se nos recuerde semana a semana cuán preciosa y cuán frágil es la vida.

Tan extraordinariamente frágil. Y con todo y todo, fosforescente. Un año puede parecer que dura para siempre —hasta el punto de que podríamos orar por que terminase— aunque las décadas pasan revoloteando en un parpadeo. Antes de que te enteres, estás ahí mirando fijamente al abismo.

Puede que conozcan ya mi definición de religión. La religión es nuestra respuesta humana la realidad dual de estar vivos y de tener que morir. No somos tanto un animal de herramientas, o un animal con un lenguaje avanzado, como un animal religioso. Al saber que hemos de morir un día, no podemos evitar preguntarnos cuál es el sentido de la vida. El unitarismo universalista no ofrece un solo conjunto de respuestas a las preguntas de la vida, sean —o no— susceptibles de ser respondidas. Y aunque no siempre nos apegamos al guión correspondiente a este papel, somos, por definición, la fe más humilde del mundo. Pero tenemos un sentido claro del propósito de la vida, creo yo. El propósito de la vida —al tiempo que también su prueba más exigente y verdadera— es vivir de tal forma que nuestras vidas se demuestren dignas de morir por ellas.

Así que, cada vez que se abra una puerta trampa en el piso, o que de repente se te venga encima el techo, no preguntes "¿Por qué?" Ese 'por qué' no te llevaría a ninguna parte. La única pregunta que vale la pena hacerse es "¿Y adónde vamos ahora?" Y parte de la respuesta debe ser, "juntos". Juntos nos arrodillamos. Juntos caminamos, tomados de las manos, animándonos y sosteniéndonos los unos a los otros. Juntos realizamos la labor del amor y de ese modo nos salvamos.

¿Crees en la magia? ¿En esa clase de magia? ¿La magia del amor? Yo también. Pues soy un unitario universalista renacido, 'renacido' como D. H. Lawrence (1885-1930) lo expresó: "a la humanidad, a una conciencia de toda la risa y al incesante murmullo del dolor y las penas".

En un mundo desgarrado por la religión y la irreligión, aquellos entre nosotros que hayan renacido al latido tembloroso que está en el corazón mismo del mundo podrán atreverse a ser agradecidos. Incluso podríamos expresar nuestra gratitud al compartirla con nuestros amigos. Aquellos compañeros de cena, por ejemplo. No te avergüences de tu evangelio. ¡Da testimonio! Y entonces, ¡invítalos a la iglesia! De verdad. Algo ha de matarte, ¡pero no será eso!

"Siempre quise saber. ¿Y qué es bien a bien lo que creen los unitarios universalistas?", te pregunta la mujer que tienes enfrente.

"Muchas de las mismas cosas que creían los fundadores de esta nación", le respondes. "Jefferson y Adams fueron unitarios los dos. Creyeron en la libertad y en el proceso democrático, al igual que nosotros. Nuestro principio religioso, E pluribus unum, es igual al de la nación: de muchos, uno. Creemos que hay una luz, un misterio, un Dios, llámale como quieras. La luz brilla a través de muchas ventanas diferentes (una luz, el unitarismo, ¿lo ves?; muchas ventanas, el universalismo). Nuestras iglesias son para nosotros un modelo de la forma en que debería funcionar el mundo: el respeto mutuo; que nadie arroje piedras; la democracia; la libertad religiosa —todos en una comunidad de celebrantes y sufrientes quienes son nuestra mejor ayuda en el quebranto y nuestros compañeros de alegrías. Obras y no credos es nuestro lema; la libertad y la justicia son nuestra plataforma social; y el amor nuestra ley más elevada. Ven conmigo este domingo. Te encantará".

Esta fe que hemos elegido es un don, un gran regalo y el mayor de todos los dones que no se pueden acaparar. Pues son para compartirse. Así que, compañeros unitarios universalistas renacidos, les digo esto, levanten bien esa luz oculta por el cajón del celemín. Salgan alegre y valientemente hacia esta bendita tarde y más allá. Amen hasta el máximo. Sean fuertes, animosos y decididos. No teman escalar hasta el mismo techo. Eleven el faro tan alto como les sea posible. Salgan y realicen su deber sagrado. Hermanas y hermanos, amén y aleluya; ¡diseminen el mensaje!


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* La Segunda Venida (1919)
por William Butler Yates
(Traducción de Juan Cueto-Roig)

Girando y girando en el vasto girar
el halcón no puede oír al halconero.
Las cosas se destruyen,
ceden los cimientos,
la anarquía se desata sobre el mundo,
una marea de sangre se desborda
y se extingue en todas partes el ritual de la inocencia.
Los mejores carecen de toda convicción,
mientras los peores
están llenos de fanática osadía.

Sin duda nos hallamos ante una revelación:
Sin duda la Segunda Venida se avecina.
¡La Segunda Venida!
Apenas pronunciadas las palabras,
cuando una horrenda imagen del Spiritus Mundi
conmueve mi visión:
en algún lugar en las arenas del desierto
una forma con cuerpo de león y cabeza de hombre,
una mirada vacía y despiadada como el sol
está moviendo lentamente sus piernas,
mientras acechan por doquier las sombras
de las indignadas aves del desierto.
Las tinieblas descienden de nuevo,
pero ahora comprendo
que veinte siglos de impávido sueño
fueron trocados en pesadilla por el mecer de una cuna.
¿Qué infame bestia, cuya hora al fin ha llegado,
se arrastra hacia Belén para nacer?


** Principios y Própósitos de la UUA

Nosotras, las congregaciones miembros de la Asociación Unitaria Universalista (UUA), convenimos afirmar y promover:

* La valía y la dignidad inherentes a todas las personas;

* La justicia, la equidad y la compasión en relaciones humanas;

* La aceptación mutua y el fomento del crecimiento espiritual en nuestras congregaciones;

* Una búsqueda responsable y libre de la verdad y el sentido;

* El derecho de conciencia y el uso del proceso democrático en nuestras congregaciones y en la sociedad en general;

* La meta de una comunidad mundial con paz, libertad y justicia para todos;

* El respeto por la trama interdependiente de todo cuanto existe, de la cual formamos parte.

Puedes descargar gratuitamente este documento (previo registro) en formato PDF imprimible en 10 páginas ilustradas encualquiera de estas direcciones:

http://www.scribd.com/doc/17067973/Unitarios-universalistas-renacidos

http://www.docstoc.com/docs/8091061/Unitarios-Universalistas-Renacidos



Unitarios Universalistas Renacidos -


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