jueves, 19 de febrero de 2009

Celebración del Día de Darwin y la Evolución. 3° Aniversario LCUM


La Libre Congregación Unitaria de México (LCUM) te invita a participar junto con nosotros en la Celebración Pública del Día de Darwin y la Evolución y al terminar en el Convivio de 3er. Aniversario de la LCUM, este sábado 28 de febrero de 2009 (próximas citas 14 y 28 de marzo de 2009):




Celebración Unitaria Pública (28 de febrero de 2009)



El Día de Darwin y la Sagrada Evolución



Elementos de la visión
darwiniana de la evolución

De su libro de 1859


  1. La ascendencia común Toda la vida en la tierra surgió de unos pocos ancestros comunes. Esta afirmación polémica nos puso en un mismo nivel con respecto a las otras especies de la tierra.


  1. El gradualismo El cambio de una especie toma más de unas pocas generaciones (como establecía la noción de la evolución según Jean Baptiste Lamarck). Esta polémica afirmación sugería que la tierra era mucho más antigua de lo que se pensaba.


  1. La especiación de las poblaciones El cambio de una especie es fragmentado y no generalizado a toda la especie. Mientras Lamarck afrimaba que todas las jirafas que vivían bajo árboles altos desarrollarían cuellos largos, Darwin sugirió que sólo algunas jirafas nacerían al azar con estas características.


  1. La selección natural Ciertos rasgos adquiridos al azar serían beneficiosos. Las jirafas con cuellos más largos podrían alcanzar más comida y por lo tanto estarían mejor nutridas y más saludables. Estas jirafas estarían mejor equipadas para sobrevivir y por lo tanto sería más probable que se aparearan con lo que pasarían el rasgo del cuello largo a su descendencia.




Presentación:

Participa con nosotros en esta celebración internacional de la ciencia y la humanidad, en el 200 aniversario del natalicio del gran biólogo evolucionista Charles Darwin y el 150 aniversario de la publicación de su libro El origen de las especies. Reflexionemos juntos sobre cómo cambió la religión ante esta nueva visión y sobre algunas perspectivas humanas actuales ante la evolución.




Fecha:
Sábado 28 de febrero de 2009.

Hora:
5:00 PM

Qué es:
Celebración, lectura, reflexión, música, ritual, seguidos de comida compartida (con lo que los asistentes quieran llevar para compartir).

¿Para quién?:
Para integrantes, amigos y visitantes. Esta celebración unitaria pública está abierta a personas de cualquier persuasión religiosa (o de ninguna).

¿Dónde?:
Casa de los Amigos. Ignacio Mariscal #132 (entre Ponciano Arriaga y Jose Ma. Iglesias), Col. Tabacalera (una cuadra al sur del Metro Revolución-línea 2 o Metrobús).

Recomendaciones:
Asistir puntualmente con disposición a participar. Para la comida compartida te invitamos a llevar algún alimento o bebida para compartir.

Costo:
La participación en esta celebración no tiene costo.




Mayores informes:

Teléfono: 5378.7808

Celular: 04455.2021.1837

Buzón electrónico:
serviciounitario@gmail.com

Bitácora de la Comunidad de la LCUM:
http://www.lcum.blogspot.com/

Grupo de la LCUM en: FACEBOOK


Grupo virtual de información, noticias y comunidad LCUM: http://mx.groups.yahoo.com/group/unitariosuniversalistasmexico/

martes, 17 de febrero de 2009

¡UUps!... ¿Y ahora qué? Hacia una teología unitaria universalista del pecado



Estamos en un mes nuevo, en un nuevo año. Algo en estos primeros días de enero parece invitarme a mirar alrededor, a poner atención, a hacer un balance. “¿Qué es necesario vaciar, limpiar u ordenar?” Me pongo a preguntarme. Tal vez trate de poner un poco de orden en mi escritorio, en una repisa, o en unos cuantos cajones. Mientras mis manos trabajan, otra parte de mí mira hacia dentro, hacia mi alma. Me pregunto, “¿Qué partes de mi vida necesito vaciar, limpiar y ordenar? ¿Hay lugares en mi alma en los que no todo esté bien? ¿En qué me he quedado corta? ¿Cómo puedo hacer enmendarme? ¿Qué necesito para hacer las cosas bien?”


Desde luego, me refiero a la palabra que han mirado en el título del sermón del día de hoy, la palabra 'pecado', se preguntarán pero qué carambas irá a decirnos Jan esta semana y en esta ocasión. Me imagino que para muchos de nosotros la palabra 'pecado' trae consigo toda clase de asociaciones y que la mayoría de ellas no son agradables. Al escuchar la palabra 'pecado' nos imaginaríamos generalmente a alguien que pretendería decirnos qué es lo que debemos hacer y qué no hacer, que al mismo tiempo nos juzgase a causa de transgresiones a veces triviales, a veces imaginarias y otras veces muy reales.


Los tiempos que vivimos no nos permiten ignorar las realidades de fechorías y maldad en nuestro mundo. Nuestra vida pública y colectiva parece dirigida por la deshonestidad y el escándalo. Está muy de moda en ciertos círculos decir del estilo de “Soy una persona espiritual, pero no religiosa”. Y aún así, las gentes seguimos en busca de la clase de fundamento moral y ético que, por generaciones, los humanos hemos encontrado en las tradiciones religiosas de nuestro mundo. La angustia a veces no expresada de vivir en el mundo posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, pienso yo, un vehemente deseo de encontrar nuestras amarras, algo que nos ayude por las incertidumbres de las aguas de la vida. Anhelamos regresar a los aspectos más simples e importantes de la vida moralmente correcta.


Hace algunos años, la Biblioteca Pública de Nueva York y la Editorial Oxford University patrocinaron una serie de conferencias sobre los siete pecados capitales. Estas conferencias aparecen en una serie de 7 libros que me inspiraron a iniciar una serie de sermones que inicio con la perspectiva unitaria universalista sobre el pecado y, salteados durante los próximos dos meses platicaremos sobre 3 de los llamados 'pecados capitales': la soberbia, la avaricia y la ira (decidí dejar de lado, por ahora, a otros 4 pecados capitales: la envidia, la gula, la pereza y la lujuria. Si mueren por saber más de estos temas, les recomiendo los libros mencionados).


Puede que pensemos algo como: “¿'Pecado'? Eso no se aplicaría para nosotros. Pero si somos unitarios universalistas. Nosotros no 'pecamos'. Esa es una idea anticuada, ya no es útil. Nos gusta pensar en nosotros mismos como listos, ilustrados. No necesitamos pensar en el pecado. No somos así”. No estoy de acuerdo con semejante opinión. El pecado somos nosotros, todos nosotros.



'Pecado' puede ser una palabra dura para los unitarios universalistas. Alguna gente bastante considerada y articulada, incluso algunos unitarios universalistas, ha criticado un enfoque ingenuo sobre nuestra fe, pues dicen que nosotros 'nos engañaríamos a nosotros mismos al adoptar una visión falsamente positiva' sobre las cuestiones difíciles de la vida, como el pecado y el mal. Algunos han juzgado al unitarismo como 'débil' o 'insubstancial', con demasiado poco que decir sobre los desafíos de la vida real que podemos enfrentar al tratar de vivir vidas decentes como seres imperfectos en un mundo imperfecto.


Durante algunas décadas el unitarismo, es verdad, no ha tenido mucho que decir sobre el concepto de 'pecado'. Nos han desagradado, tanto la palabra, como la idea. Algunos pensadores en nuestra tradición de fe comienzan a decir que esto es un error, y estoy de acuerdo con ellos. Es hora de enfrentar el hecho de que todos nos quedamos cortos, inclusive quienes trabajan más duro, se organiza mejor, o tienen mayores logros entre nosotros. Es hora de admitir que todos somos humanos. Ignoramos por nuestra cuenta y riesgo nuestros defectos individuales y colectivos, nuestros 'pecados'.


¿Y cómo llegamos hasta aquí? Algo de perspectiva histórica puede resultarnos de utilidad. Nuestros antecesores unitarios y universalistas de los siglos XVIII y XIX rechazaron la noción tradicional del pecado original, la idea de que todos nacimos con el pecado a cuestas, de que, debido a lo que la Biblia dice que pasó con Adán y Eva en el Jardín del Edén, la naturaleza inherente del genero humano estaría llena de pecado. Mientras que sus oponentes teológicos predicaban la “total depravación del hombre”, nuestros antecesores espirituales eran radicales religiosos, incluso revolucionarios, quienes justa y debidamente se afirmaron y dijeron: “¡No! Eso no es correcto. Todos compartimos una 'semejanza a Dios', todos somos básicamente buenos de corazón. Todos somos hijos de Dios”.



Que conste que yo no creo en el pecado original e imagino que la mayoría de los presentes estaremos de acuerdo en esto.


No creo que todos seamos inherentemente malos,ni criaturas pecaminosas. Creo que todos somos hijos de Dios. Y creo que todos habremos de cometer errores, que nadie de nosotros somos perfectos y que parte de la tarea de ser humanos es aprender cómo admitir nuestros errores y comenzar de nuevo. Cada día puede ser un ejercicio de perdón.


Cuando las familias me preguntan sobre la ceremonia de dedicación de infante y sobre cómo difiere del bautismo, siempre les explico que, en tanto que unitarios universalistas, no creemos en el pecado original. No creemos que ningún bebé nazca con pecado. No creemos que haya ningún pecado que requiera de ser lavado. Nosotros creemos que cada nueva vida es un hijo de Dios, que todo niño es una bendición, con nuestro toque de agua damos gracias por este niño y dedicamos a este joven a una vida de amor y compasión por toda la humanidad. Nuestras ceremonias de dedicación de infante tienen su raíz en nuestra convicción de que cada uno de nosotros lleva dentro de sí una chispa de lo divino.



"Está bien, así que no se creen eso del pecado original”, podrían decir algunos de ustedes. “¿Pero qué es lo que creen los unitarios universalistas sobre el pecado, ustedes sabes, sobre el pecado cotidiano?” Esta pregunta surge en la vida real. Levantaba pesas en mi clase de acondicionamiento un día de esta semana, cuando una compañera de mi clase, que no es UU, me preguntó por casualidad, “Eres la pastora de la Iglesia Universalista, ¿no es así?” “Sí”, le dije animada, pero a la espera de lo que podría venir inmediatamente. Y luego vinieron las preguntas. “¿Y entonces en qué cree su iglesia? ¿Qué dice su doctrina sobre ...? Y continuó preguntándome sobre muchas cosas. Me hizo algunas preguntas realmente buenas, preguntas teológicas de sondeo. Sabía de lo que hablaba.


Sus preguntas fueron bien pensadas y sinceras. Pero ahí estaba yo, sudando la gota gorda en más de una manera, hacía mi mejor esfuerzo para responder, muy sucíntamente, algunas preguntas complejas sobre nuestra fe. Tal vez a lo largo de las vacaciones decembrinas unos suegros nerviosos les hayan hecho preguntas parecidas.


Una de las primeras cosas que tuve que decir a mi amiga es que los unitarios universalistas no tenemos doctrinas oficiales, ni sobre el pecado, ni sobre nada. No somos una fe basada en credos, le dije. No tenemos un conjunto de creencias oficiales que exijamos que sean aceptadas por nuestros integrantes. En nuestra iglesia, le dije, la gente es libre de determinar sus propias creencias (y luego alguien más, cerca de nosotros, se calló y comenzó a escuchar cuidadosamente la conversación). Somos más bien una fe basada en un pacto, convenio o alianza, esto significa que nos hacemos una promesa, los unos a los otros, sobre cómo procuraremos tratarnos los unos a los otros y cómo procuraremos vivir nuestras vidas.


Las promesas que hacemos están en nuestra afirmación como comunidad de fe, con palabras sobre el amor y el servicio, así como el voto de ayudarnos mutuamente. Las promesas que hacemos están en nuestra bendición, con palabras sobre la paz, el coraje y los votos de apegarnos a lo que es bueno, a no retribuir a nadie mal con mal, a fortalecer, apoyar y ayudar a nuestras hermanas y hermanos. Podemos tener toda clase de ideas diferentes sobre Dios, Jesús, la Biblia, o lo que ocurra luego de morir, pero estamos de acuerdo en cómo tratamos de vivir esta vida. Uso las palabras 'procurar' o 'intentar' con toda la intención, puesto que todos nos quedamos cortos. Como lo dije antes, el pecado somos nosotros, todos nosotros.


No es fácil encarar a nuestros pecados. Preferimos enfocarnos en lo que hacemos correctamente y en lo que hacemos bien, a la vez que tratamos de no pensar mucho sobre las ocasiones en nuestra vida, para decirlo en lenguaje cotidiano, 'la regamos'. Pero cuando algo no le parece correcto a mi alma, sé que mi cuerpo tiene alguna manera de llamar mi atención. Tal vez también la suya: cuando el dolor de cabeza no se va, con la noche de insomnio, el nudo en tu estómago, la mente que no se tranquiliza. Tanto el acto de 'regarla', como el cuerpo y el alma que claman cuando lo hacemos son parte de ser humanos. Pretender lo contrario sería, tanto una locura, como ridícula vanidad.


¿Entonces qué es el 'pecado'? El pecado es un corte, una separación, una desconexión. Imaginemos que estuviéramos todos vinculados por un lazo invisible, todos conectados los unos a los otros, todos vinculados a nuestro Dios o Espíritu de la Vida. Podrías pensar este lazo como una línea de vida. El pecado corta la cuerda, corta la línea de vida, nos deja desconectados, nos separa de todo lo que da y sostiene la vida.


El 'pecado', dice Frederick Buechner (1926-) "es cualquier cosa que hagas o dejes de hacer que empuje (o aleje a otras personas)” ... , que "amplíe la separación” entre tú y Dios ."Dios (si es que crees en Dios, dice él) o (si sucede que no creas) el mundo, la sociedad, la naturaleza –como sea (dice él) que llames a ese todo mayor del que eres parte”. "El pecado...,” dice, "amplía la separación entre tú y ello, y también la separación contigo mismo”. El pecado es lo que amplía la separación y hay tres formas en las que esto puede suceder. Podemos ampliar el vacío entre nosotros con los demás, entre nosotros y Dios (como sea que lo entiendas) y entre nosotros y nuestro verdadero ser.


El pecado puede ser individual, lo que nos hacemos a nosotros mismos. Podemos hacer inventarios de nuestras almas en este momento, tal vez al ocuparnos de nuestro propios abedules, la mayoría de nosotros pueda recordar los momentos en que nuestra soberbia alejó a alguien de nosotros, los momentos de ira en que sostuvimos un puño cerrado y nos rehusamos a contenernos ampliaron la separación en la relación, los momentos en que nuestra propia avaricia creó un amplio abismo entre el yo exterior que el mundo ve y el núcleo de quién somos realmente en nuestras almas nuestro verdadero yo. Los inventarios del alma pueden ser una tarea difícil.



El pecado también puede ser colectivo, lo que hacemos, como pueblo, juntos. Nuestros pecados colectivos a veces son más fáciles de notar y de hablar al respecto que nuestros pecados individuales, pero los pecados que cometemos como pueblo pueden ser más difíciles de solucionar. Hay signos de pecado por todo a nuestro alrededor en este mundo. Es un pecado que los niños se vayan a dormir hambrientos en una tierra de plenitud. Es un pecado que cualquiera carezca de un lugar seguro para pasar la noche. Es un pecado que la avaricia y el desperdicio estén acabando con la vida misma en en este planeta que nos permite respirar. Ustedes y yo podríamos hacer una larga lista.


Si mencionamos nuestro pecados para afrontarlos y nombrarlos, y si nuestros pecados colectivos parecen demasiado difíciles de arreglar, ¿para qué molestarse? ¿Para qué pensar sobre estas cosas? ¿Para qué usar siquiera la palabra 'pecado'? Como yo lo veo, estamos aquí, en este planeta, para aprender a ser humanos, para ser reales y eso a veces significa que nos encontramos en medio de los desmanes de la vida, algunos de ellos de nuestra propia hechura. Para parafrasear a Anne Lamott, las lecciones están en los desmanes. Estamos aquí para aprender las lecciones. Pretender que seríamos demasiado buenos para tener alguna responsabilidad en la hechura de nuestros propios desmanes no nos hace mejores gentes y seguramente no nos ayuda a volvernos más reales.


No importa cuán elevados sean nuestros estándares, ni cuán firmes sean nuestros principios todos nos tropezamos, todos y cada uno de nosotros. Somos mucho mejores si afrontamos nuestros errores, si admitimos nuestros defectos con humildad de corazón. Un corazón humilde, como Sue Monk Kidd nos lo dijo, nos mantiene humanos, nos mantiene reales.


Puedes pensar en nuestros pecados, los tuyos y los míos, como en grietas en nuestras conchas. El corazón humilde no teme a sus grietas. El místico y teólogo alemán del siglo XIV, Meister Eckhart, escribió una vez, “La concha debe romperse completamente si es que lo que está dentro de ella ha de salir, pues si quieres la carne del núcleo, has de romper la concha”. La gran lección de la vida es aprender a ver, a ver más allá de las conchas agrietadas y rotas que todos llevamos, a vernos mutuamente, a ver en nosotros mismos las almas brillantes que somos y sostener amorosamente a todas las almas.





jueves, 12 de febrero de 2009

Ama a quien esté contigo


Por la Revda. Rali Weaver, ministra en pácticas de la Primera Sociedad Unitaria Universalista de San Francisco, 15 de febrero de 2004 (Trad. Francisco Javier Lagunes Gaitán)



En este día posterior al de San Valentín espero que no les importe que nos tomemos unos minutos esta mañana para explorar algunos pensamientos sobre el amor.

Como una soltera de 38 años de edad frecuentemente me he sentido como dejada fuera de las discusiones sobre el amor y las relaciones, como si esa conversación afectara sólo a quienes viven con su pareja. ¿Será que acaso las personas solteras no podemos experimentar el amor por fuera de una relación de pareja? ¿Y qué tiene que ver el Día de San Valentín con el amor, ultimadamente?

Incluso los niños te dicen que no tiene caso vivir sin amor. ¿Pero a qué clase de amor se refieren?



Hay una canción que va más o menos así: "No eres nadie hasta que alguien te ame. No eres nadie hasta que le importes a alguien. Podrás ser un rey. Podrás poseer al mundo y todo el oro en él, pero el oro no te traerá felicidad al envejecer..."

Bien, aquí estoy para decirles que canciones como esa son mentirazas garrafales. Lo que nos llevan a creer las palabras en esa y en otras muchas canciones es que por nosotros mismos no seríamos gran cosa. De hecho, prosigue informándonos que, no importa cuánto dinero o poder tengamos, o cuán bellos seamos, a menos que alguien nos amara no seríamos nada. Esto simplemente no es verdad. La películas, la televisión y la música suelen definir lo que pensamos que es el 'Amor'. Y a través de los ojos de una cámara el Amor es frecuentemente confundido con la belleza física. Así que al mirar la gran pantalla te quedas con la impresión de que para enamorarte debes ser bello, heterosexual y joven. Sin mencionar que las imágenes del amor sentimental, generoso y soñador, así como de la sexualidad, frecuentemente aparecen en combinación con imágenes de violencia. ¿Acaso resulta sorprendente entonces que muchos nos sintamos por lo menos confundidos sobre el concepto de qué es el amor?



Yo no le digo, 'te amo', a cualquiera, pues a veces temo que pueda malentenderse como una forma de proposición sexual. Cuando digo, 'te amo', a veces temo que pueda sonar demasiado desesperado o exigente, o que tuviera que ser permanente, sin un final, perdurable por siempre.

Con el objeto de tener un mejor entendimiento de la realidad de las relaciones y para sentirme mejor sobre mi soltería perpetua, frecuentemente entrevisto a parejas y les pregunto cómo se conocieron y cuánto tiempo llevan juntos. Les hago toda clase de preguntas de sondeo sobre cómo es estar en una relación. Y si llevan ya más de 10 años, siempre termino la conversación con esta pregunta, '¿Ha sido fácil?' Para mi gran satisfacción, la respuesta suele ser: "No".

Provengo de la escuela de pensamiento que postula que "una mujer necesita a un hombre, tanto como un pez necesita una bicicleta". Reunir evidencia de la gran dificultad que traen consigo las relaciones de pareja me ayuda en mis momentos de soledad al imaginar que al ser soltera no me perdería de nada realmente. Recientemente, un amigo mío, al escuchar mi entrevista con una pareja me puso una prueba de realidad y me dijo, "Rali, tampoco es fácil ser soltera". Instintivamente supe que lo que decía es verdad. Ser humanos, estar vivos y estar en una relación, cualquiera que sea la forma de esta relación, es duro.



En el libro de Harold Kushner, When All You Ever Wanted Isn’t Enough (Cuando nada te basta, Emecé/Planeta), habla del cinismo de nuestra cultura que deja a los jóvenes temerosos de amar. Dice (y lo cito) "Temo que podamos estar criando una generación de gente joven que crecerá temerosa de amar, temerosa de entregarse completamente a otra persona, puesto que habrán visto lo mucho que duele tomar el riesgo de amar, sin haberlo resuelto. Temo que han de crecer en la búsqueda de una intimidad sin riesgo, sólo por placer sin una implicación emocional significativa. Tendrán tanto miedo al dolor de decepcionarse que dejarán pasar las posibilidades de amor y alegría".

Y quién no ha sido testigo, o no ha experimentado, cuán doloroso puede ser el amor cuando las cosas salen mal. Está la creciente tasa de divorcios, la gran cantidad de casos de abuso marital o infantil, que en ocasiones traen consigo la muerte y todo esto tiene lugar en los matrimonios legalmente reconocidos por el estado. Me siento al menos confundida cuando oigo a George W. Bush hablar sobre la protección de la santidad del matrimonio. ¿Qué es realmente lo que trata de proteger? Y parece apropiado dar este debate sobre el matrimonio el Día de San Valentín.

Hubo tres santos diferentes llamados Valentín o Valentino, todos ellos fueron martirizados. Desconocemos muchos de los detalles de las vidas de estos santos valentinos, sabemos que en el siglo III el emperador romano Claudio II decidió que los hombres solteros serían mejores soldados que aquellos con esposas o familias, así que prohibió el matrimonio para los jóvenes. Un relato nos cuenta que Valentín, al percatarse de la injusticia del decreto continuó realizando matrimonios, hasta que fue muerto en algún momento de mediados de febrero del año 270 EC.

Por suerte para el alcalde de San Francisco, Gavin Newsom, no vivimos en una época en que se ejecute a quienes se oponen a los edictos gubernamentales.

La leyenda nos relata que Valentín en realidad envió la primera tarjeta del Día del Amor, pues ya estando en la prisión se enamoró de una joven, y seguramente iría firmada, 'Tu Valentín'. Es una bonita historia, pero pienso que su conmemoración parece haber perdido el sentido original. El asunto del Día de San Valentín no es celebrar una nota, y ni siquiera el amor o la ceremonia nupcial. Fue el acto de resisitir la injusticia. Y es lo mismo para nosotros.



El amor no es la tarjeta o el regalo que diste o recibiste el día de San Valentín. El amor no es que el novio o la novia se siente a tu lado. El amor no es una persona, un lugar o una cosa. El amor no es un substantivo. El amor es la acción y el sentimiento que existe en nuestros corazones.

El amor es un verbo.

Aquí, en esta iglesia abierta y afirmadora de la diversidad, usualmente recordamos incluir a todas las formas de parejas en nuestra discusión del día de San Valentín, pero a veces olvidamos hablar sobre la soltería y el amor hacia uno mismo como parte del mismo relato. Recordar que el amor es un verbo podría sernos de ayuda. Si construimos una definición del amor que incluya a las parejas del mismo sexo y de sexo diferente [calificar de 'opuestos' a los sexos sería más una etiqueta de valoración ideológica que una descripción objetiva. FJLG], así como a la gente soltera, tendríamos que cuestionarnos: ¿hay realmente experiencias compartidas? Pienso que si ampliamos su alcance, para incluir a todos en la discusión, de alguna manera esto nos facilitaría acceder a una perspectiva sobre las cuestiones esenciales del amor, que son usualmente obscurecidas por la retórica y las emociones. Estoy bastante segura de que el matrimonio no es la respuesta a los problemas de nuestro mundo, sino que es el Amor a lo que estamos llamados. Pienso que el amor es aquello para lo que nacimos. No pienso que el amor sea accesible en exclusiva a la gente bella, ni a las parejas (del mismo o diferente sexo), sino que el amor es la forma en que nos comportamos, en su aspecto de acción. Así que hay mucho de éste para todas y todos.

Por supuesto que eres alguien, incluso en el caso de que nadie te amara. Pero también te pierdes de mucho si no tienes ninguna clase de amor. En este mundo hay toda clase de gente, toda clase de cosas y toda clase de amores. Y el más importante de los amores es el amor por uno mismo. Del amor por uno mismo provienen todas las otras clases de amor. Sin amor por uno mismo sólo puede haber toda clase de decepciones. Puede que este sentimiento no produzca una buena letra para una canción, pero pienso que tiene mucho sentido.



Amarnos a nosotros mismos no es vanidad, ni soberbia. Más bien, amarnos a nosotros mismos nos ayuda a vencer la decepción, amarnos a nosotros mismos nos ayuda a perdonar nuestras propias imperfecciones y a darnos cuenta de que todos somos perfectamente imperfectos tal como somos.

Solía tener una vieja regla que tenía impresa la 'regla dorada' sobre ella: Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes. Cuando enseñaba a niños con problemas de conducta, amaba dejar que mis estudiantes la usaran. Quizás esperaba que algo de las buenas intenciones de la regla se impregnara mientras trazaban líneas y medían. Un día oí por casualidad platicar a 3 de mis estudiantes. El que tenía la regla dijo, “¿Qué crees que esto signifique, bien a bien? ¿Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes?” Uno de mis más ruidosos estudiantes dijo. “Bueno, significa que si le pegas a alguien, también te responderá”. Casi salto hacia ellos, pero fue en ese momento que mi estudiante más tímido habló. Dijo, “No, pienso que significa que sólo puedes hacer por los demás lo que haces por ti mismo, como si no te cuidas ni a ti mismo, no podrías realmente cuidar de nadie más”.

En ese momento pensé que ninguna de estas respuestas explicaba bien el sentido de la regla dorada. Creí que eso de, Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes significaba que debía tratar a la demás gente como yo quería ser tratada. Esta era la razón por la que siempre les prestaba la regla a mis estudiantes. Quería que supieran que si querían ser mejor tratados, ellos deberían comportarse mejor.

Y aunque hoy pienso que esto es parte del significado de la regla dorada, pienso que la respuesta de mi segundo estudiante era todavía más precisa que la mía propia.

Sólo podemos dar a otros lo que de hecho nos damos a nosotros mismos.



Como seres humanos todos estamos invitados a participar en el amor radical que nos exige salir fuera de nosotros mismos y amar a otros con el objeto de que podamos, primero y ante todo, amarnos a nosotros mismos. No puedo promover "la valía y dignidad inherente a cada persona" si sólo ando por ahí azotándome por mis imperfecciones.

No puedo promover la “justicia y la igualdad en las relaciones humanas” si no promuevo mis propias necesidades y me trato a mí misma con igualdad. Pienso que lo que me atemoriza sobre el resto del pasaje de la Escrituras Cristianas del que viene la regla dorada es la llamada al amor radical.

"Así pues, hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas” (Mateo 7:12), “No resistas al que te haga algún mal; al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos. A cualquiera que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda al que te pida prestado” (Mateo 5.39-42).

Eso es lo que llamo amor radical. Amar sin las recompensas del amor recíproco. Y para lograrlo, primero y ante todo, debemos darlo nosotros mismos.

Debo amar las cosas que odio de mí misma. Debo bendecir las cosas que maldigo de mí misma. Debo orar por las cosas que hago para abusar de mí misma. Cuando cometo un error debo volver a levantarme e intentarlo de nuevo. Debo entregarme a mí misma cuando lo necesito y, cuando hago algo erróneo, lo que tarde o temprano haré, no debo volver a recordármelo una y otra vez. Para hacer algo por los demás, primero debo hacerlo por mí misma.

Si todavía no lo han hecho, los animo a iniciar hoy la jornada hacia el amor por uno mismo. Si no saben por dónde empezar, les ofrezco una sugerencia. Comiencen por hacer una lista de las cosas que aman. Por ejemplo, amo el helado y los días soleados, y la nieve y el himno “My Life Goes On In Endless Song” [Mi vida prosigue en una canción sin fin, un himno tradicional de origen Shaker]. Y, más que nada, los amo a todos ustedes. Junta en tu corazón las cosas que amas y aférrate a ellas.

No soy poeta y no sé escribir canciones de jazz, pero está esta canción que va así: “Tengo al mundo de un hilo, sentado en un arco iris, la cuerda alrededor de mi dedo, vaya mundo, vaya vida, estoy enamorado...” Ahora que esta canción es una gran verdad. ¡Cuando las paredes están seguras como para bajarse y el corazón está completamente abierto y uno está enamorado, el mundo se siente grandioso!

Nunca estoy del todo segura sobre cómo equilibrar este sentimiento de gran amor con la realidad de este mundo, pero no quiero perder la verdad de ninguna de ambas partes. Amarnos a nosotros mismos con todo nuestro corazón y abrir plenamente nuestro corazones para amar a otros es la danza de la vida. Espero que esta danza algún día nos traiga a un lugar en el que celebremos el amor en todas sus variedades y lo midamos sólo por sus cualidades de respeto mutuo y cuidado.

Y mientras tanto, que nos recordemos mutuamente siempre nuestra capacidad de amar.

¡Feliz Día de San Valentín!















viernes, 6 de febrero de 2009

¿Cual es el nombre de este niño?

[Dado que este domingo 8 de febrero de 2009 la capellanía laica de la Libre Congregación Unitaria de México realizará nuestra primera ceremonia de Dedicación y Nominación de un infante, esta reflexión del Revdo. Dave Hunter nos resulta oportuna y necesaria. FJLG]

Revdo. Dave Hunter, Sociedad Untaria Universalista de Fayetteville, Arkansas, 5 de octubre de 2008 (Trad. Francisco Javier Lagunes Gaitán)

Esta mañana quiero dedicar algunos minutos con ustedes a platicar sobre por qué tenemos ceremonias de dedicación de infantes y qué podría significar para nosotros.

Muchos de ustedes estuvieron con nosotros en junio, cuando dedicamos a algunos niños y bebés. De hecho, dedicamos a tantos niños que no nos quedó tiempo para un sermón.

Ahora nos preparamos para otra ceremonia de dedicación de infante, dentro de dos semanas, así que me pareció que podría ser un momento adecuado para ofrecer mayor contexto histórico y teológico sobre nuestra práctica.

Lo que quiero discutir son las 3 principales razones por las que los unitarios universalistas realizamos estos rituales de dedicación y nominación en nuestras iglesias y sociedades. Pero antes de abordar estas 3 razones, permítanme tocar
tres cuestiones previas.

En
primer lugar, creo que debo aclarar que al mencionar a los 'padres' pretendo que esta expresión se tome en un sentido incluyente. No importa cómo se estructure tu familia, te damos la bienvenida. Nos enriquece la diversidad –padres solteros, padrastros, padres de acogida temporal, padres adoptivos, familias con dos papás o dos mamás, abuelos que hacen las veces de padres –todos son bienvenidos.

En
segundo lugar, una pregunta que podrían estarse haciendo, por lo menos algunos de ustedes, es si la ceremonia unitaria universalista es equivalente al bautismo cristiano. Algunos ustedes tendrán la esperanza de que sea así; algunos de ustedes temerían que así fuera. He aquí una respuesta corta: Las 2 ceremonias no son lo mismo. Aunque nuestra ceremonia unitaria universalista tiene algunas funciones en común con el bautismo cristiano.

La evolución de la teoría y la práctica del bautismo entre los unitarios, los universalistas y –desde la unificación en 1961– entre los unitarios universalistas daría para escribir un libro fascinante. Al menos yo lo encontraría fascinante. Aunque no tenemos tiempo para eso hoy. Regresaré a la cuestión del bautismo y de cómo nos relacionamos con esa tradición, si el tiempo lo permite, antes de concluir.

En
tercer lugar, esta mañana usamos principalmente la expresión: 'ceremonia de dedicación de infante', aunque también hemos usado 'ceremonia de nominación'. No tomemos la expresión 'dedicación' demasiado literalmente. Me siento incómodo ante la idea de que dediquemos a una persona a algo. Podemos dedicarnos nosotros mismos a vidas de virtud, sacrificio, celibato, o de lo que sea. Presumiblemente nos dedicamos a la crianza de nuestros hijos como ciudadanos moralmente responsables. ¿Pero tenemos el derecho a dedicar a nuestros hijos a algo que ellos no han escogido por sí mismos? Podemos preparar a nuestros hijos, pero no podemos determinar cómo han de responder ellos mismos, cuando tengan nuestra edad.

Para mayor abundamiento sobre la dedicación de los niños véase el primer capítulo del Primer Libro de Samuel, de la Biblia hebrea.




Ahora, prosigo con mis tres razones para realizar ceremonias de dedicación y nominación de infantes.

Primera, por medio de nuestra ceremonia, reconocemos la importancia del individuo, a través del nombre que le damos y del cuidado con el que le damos ese nombre.

Los nombres son poderosos; los tomamos en serio. Así que, cuando un hijo nuevo entra en nuestras vidas, consideramos cuidadosamente el nombre que habrá de llevar por el resto de su vida, por ello es apropiado que reconozcamos ese nombre en una ceremonia pública.

Los nombres son poderosos. Uno de los muchos líderes afroamericanos que tuve el privilegio de conocer durante los días en que vigilaba el cumplimiento del Acta de Derechos de Voto
[que desde 1965 prohibió las prácticas discriminatorias para empadronarse y ejercer el voto que tan extendidas estaban en el sur de los EUA y obstaculizaban la participación electoral de la gente de color, el Revdo. Hunter, autor de este sermón, trabajo como abogado especializado en derechos civiles por 33 años], en los estados sureños, fue un predicador llamado General Avery. Sus padres lo llamaron "General" para confundir a los blancos, quienes sólo se dirigían a los negros por su nombre de pila, como una forma de recordarles su estatus de segunda clase. ¿Estarían dispuestos a llamar 'General' a un hombre negro?

La importancia de los nombres ese vidente en la vida.

Los nombres eran importantes para la gente cuyas historias se relatan en la Biblia. Deberíamos tomar su experiencia y su sabiduría con seriedad. Pues desde el principio, según se registra en el Libro del Génesis, Dios dio al primer humano, Adán, la criatura formada de la tierra misma, la responsabilidad de que les "pusiera nombre" a todos los animales y todas las aves (Génesis 2:19).

Más adelante en el Libro del Génesis, Jacob, el hijo de Isaac, el nieto de Abrahán –Jacob lucha toda la noche con un extraño junto al río Jaboc. Al amanecer, se preguntaron mutualmente sus nombres (Génesis 32:27-29). Y el extraño le dio a Jacob un nuevo nombre: "Ya no te llamarás Jacob. Tu nombre será Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido". La palabra hebrea para Dios es 'El'. Israel significa 'el que lucha con Dios'. (Génesis 32:28)

Al recibir Moisés su misión de Dios, su misión de liberar a su pueblo de su cautividad en Egipto, Moisés le pregunta a Aquel quién le habló desde la zarza ardiente, "El problema es que si yo voy y les digo a los israelitas: 'El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes,' ellos me van a preguntar: '¿Cómo se llama?' Y entonces, ¿qué les voy a decir?" (Éxodo 3:13)

De acuerdo al Evangelio de Lucas, en el Nuevo Testamento, los padres de Jesús lo llevan de recién nacido al Templo de Jerusalén, para nominarlo y dedicarlo, según la costumbre y la Ley judía (Lucas 2:21-32). Desde luego, el mismo nombre de Dios, en la Biblia, es en sí mismo sagrado. Consideremos el verso de apertura del Salmo 8, como uno de muchos ejemplos de los Salmos: "Señor, soberano nuestro, ¡tu nombre domina en toda la tierra!, ¡tu gloria se extiende más allá del cielo!"

En nuestra propia ceremonia, preguntamos a los padres el nombre que escogieron para su hijo. Entonces, en nombre de la congregación, reconocemos al niño por ese nombre y lo bendecimos. Presentamos una flor al niño como un símbolo de la individualidad que afirmamos.

La importancia de los nombres es un reflejo, un indicador, de la importancia de cada ser humano individual. Como unitarios, afirmamos la valía y la dignidad inherente a cada persona. Nuestra visión de la humanidad es nuestro cimiento y es más importante, diría yo, que nuestra visión de Dios. Pues de nuestra visión de la humanidad surgen poderosas implicaciones sobre la clase de mundo en el que queremos vivir, qué clase de mundo queremos para todos los hijos de Dios, con independencia de que sean, o no, integrantes de nuestra congregación y sean, o no, parte de nuestro país.




Y esto nos conduce directamente hacia nuestro segundo punto, la importancia de la comunidad.

¿Qué es primero, podríamos preguntarnos, el individuo o la comunidad? En esta nación, desde luego, y en esta denominación religiosa, la respuesta ha sido frecuentemente, que el individuo: el individuo sería primero. Sin embargo pienso que es al revés: es la comunidad, sugiero, la que tiene prioridad sobre el individuo. Permítanme aclarar un poco más esto, no es que abogue por la clase de utilitarismo en el que se puede sacrificar a los individuos para incrementar la así llamada 'felicidad total' de la comunidad ('la mayor felicidad para los más'). El punto es simplemente este: dependemos de los otros desde que nacemos. Y seguimos dependiendo de otros a lo largo de nuestras vidas. Por ello necesitamos vivir de una manera que refleje la importancia de la comunidad en nuestras vidas.

Para ilustrar mi punto, quiero describir a dos individuos. Cito aquí pasajes del importante libro de Daniel Goleman,
Inteligencia emocional. Primero, aquí está Cecil (p. 120).

No había duda de que Cecil era brillante; era un experto con entrenamiento universitario en lenguas extranjeras, espléndido como traductor. Pero había asuntos decisivos en los que era completamente inepto. Cecil parecía carente de las habilidades sociales más simples. Despreciaba una conversación casual a la hora del café y tartamudeaba torpemente durante los momentos de interacción con otros; en resumen, parecía incapaz del intercambio social más rutinario. . . Su nerviosismo durante los encuentros lo hacía reírse por lo bajo y soltar una carcajada nerviosa durante los momentos más incómodos, esto aunque no lograra sonreír siquiera cuando alguien decía algo verdaderamente chistoso.


La siguiente historia describe la interacción de un hombre en un tren suburbano de cercanías en Tokio (pp. 124-25).


[Un] hombre enorme, belicoso, muy borracho y degradado, tal vez en sus cuarenta y tantos, . . . comenzó a infundir terror a los pasajeros: maldecía, dio un empujón a una mujer que cargaba un bebé, que quedó tumbada sobre las piernas de una pareja mayor . . . Pero cuando parecía que el borracho haría su siguiente movimiento, alguien profirió un ensordecedor y extrañamente gozoso grito: "¡Hey!" El sonido tenía el tono alegre de alguien que de repente se encuentra a un viejo amigo. El borracho se sorprendió y miró alrededor para encontrar a un japonés pequeño, probablemente de unos 70 años, sentado ahí, con un kimono puesto. El anciano sonrió con deleite al borracho y lo llamó con un pequeño movimiento de su mano mientras le decía rítmicamente "Ven acá", ¿Qué tomaste?", le preguntó el viejo, sus ojos sonreían al borracho. "Estuve tomando sake y eso no te incumbe", bramó el borracho. "Oh, es maravilloso, absolutamente maravilloso", replicó el viejo en un tono cálido. "Mira, yo también amo el sake. Cada noche mi esposa y yo . . . calentamos una botellita de sake y la llevamos al jardín, nos sentamos en una vieja banca de madera . . ." . . . El rostro del borracho se fue suavizando al escuchar al viejo.


Pronto, el borracho le contaba al anciano de la muerte de su esposa; lloraba, con su cabeza en el regazo del viejo.

No somos nada sin comunidad. Cecil no tenía ninguna pista sobre cómo ubicarse y funcionar en una comunidad. Una comunidad de Cecils se colapsaría. Pero el anciano sabía construir comunidad; él sabía como evitar que una comunidad se despegue.

Queremos que nuestros hijos, queremos que todos los hijos de Dios, crezcan en comunidad. Queremos que todos, al crecer, aprendan a ser integrantes empáticos y altruistas de la comunidad.

Vivimos en diversas comunidades, de la familia a la comunidad mundial. Esta congregación es sólo una de las comunidades de las que somos parte. Es sólo una de las comunidades, pero una importante, una muy importante comunidad. Aquí aprendemos los unos de los otros; nos apoyamos mutuamente; nos amamos mutuamente; nos ofrecemos claridad sobre lo que hacemos; nos perdonamos mutuamente. Tenemos continuidad. Somos confiables. Estamos abiertos a acoger a nuevos integrantes. Y si debes dejar esta área geográfica, habrá otra congregación unitaria lista para recibirnos en nuestro nuevo hogar.

Así que en nuestras ceremonias de dedicación, las madres y los padres, así como a veces los abuelos, los padrinos, hermanos y hermanas, se dedican al bienestar y la crianza del nuevo hijo. Pero no sólo las familias. Nosotros, como comunidad religiosa, nos dedicamos al bienestar y a la crianza del nuevo hijo; nos dedicamos al apoyo a las familias que crían los hijos hasta la edad adulta. Estamos ahí para ellos, en los buenos y en los malos momentos.

Lo que es más, al dedicarnos como comunidad a animar y cuidar de los niños entre nosotros, nos dedicamos no sólo a ellos y a sus familias, sino que también nos dedicamos al bienestar y al futuro de esta misma comunidad de fe.

Y esto nos conduce a la
tercera razón para realizar rituales de dedicación de infantes. Los niños a cuyo bienestar y cuidado nos dedicamos son la siguiente generación, el futuro, de esta congregación, de esta nación, de nuestro mundo. Tenemos ceremonias de dedicación porque creemos en el futuro. Creemos, confiamos, tenemos fe en que la humanidad tiene un futuro. Somos optimistas.

¿A qué me refiero? ¿Acaso a que el futuro será automáticamente brillante, o a que Alguien allá arriba lo habrá de componer todo? No, a lo que me refiero es a que todos tenemos mucho trabajo duro pendiente –una labor que requiere de coraje y sacrificio, una labor que requiere que pensemos por nosotros mismos de maneras creativas y que participemos en la muy antigua política.

Nuestro mundo está al filo de la catástrofe ambiental. Nuestro mundo sigue sufriendo injusticia y opresión. En nuestro mundo todavía recurrimos a la guerra como medio de resolver los conflictos. Nuestro mundo se define aun porque el "nosotros" de reconocimiento es todavía demasiado estrecho. Hay mucho por hacer.

Como un símbolo de nuestra fe en la vida, de nuestra fe en el futuro de la vida y de nuestro reconocimiento a la continuidad de la vida, del pasado, al presente y al futuro, usamos agua en nuestra ceremonia de dedicación: agua, el símbolo universal de la vida.





Al principio comencé una discusión sobre la relación entre la ceremonia unitaria de dedicación y el bautismo cristiano. Permítanme ahora hacer algunos comentarios sobre el bautismo.

En
primer lugar, el bautismo cristiano requiere usar la fórmula que se menciona en el Nuevo Testamento, es decir que el bautismo se hace en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). La mayoría de los unitarios no usarían esta fórmula trinitaria.

En
segundo lugar, hay una tensión en el cristianismo entre dos funciones del bautismo. Una función es acoger al bautizado en la comunidad. Nuestra ceremonia de dedicación y nominación claramente cumple con esta función. La segunda función es reconocer al nuevo bautizado como un nuevo cristiano. Tendría cierto sentido recibir a alguien a la comunidad en tanto que sea algo que se realice a su llegada, lo que frecuentemente implica que se realizaría muy cerca del nacimiento. Pero un infante no puede escoger ser cristiano, así que muchos sostendrían que el bautismo debería posponerse al menos hasta que la persona pueda tomar una decisión informada, una decisión informada sobre comprometerse a ser cristiano. Este es un asunto importante, tanto históricamente, como para el cristianismo actual, pero no es una cuestión apremiante para nosotros.

En
tercer lugar, una de las razones por las que muchos cristianos quieren asegurarse de que sus hijos y nietos sean bautizados lo más pronto posible es la preocupación, el temor, de que si algo malo le pasara al niño y muriese sin bautismo, el niño no podría entrar al cielo. Una razón por la que se usa agua en el bautismo es que este ritual es un lavado simbólico –se lava el pecado de uno, se lava el pecado original que nos afectaría a todos, incluso al niño recién nacido.

Ahora que nosotros, debido a la visión del lado universalista de nuestra tradición, responderíamos que nadie está excluido, que todos finalmente nos reconciliaremos con Dios, que el amor de Dios se extiende hacia todos. Como unitarios, además, rechazamos la doctrina del pecado original. La presunta desobediencia de Eva y Adán puede haber conducido a su castigo, pero no predetermina la situación de sus descendientes. Nosotros, como unitarios universalistas, no nos sentimos entonces ansiosos por las almas inmortales de nuestros hijos.

Pero como una cuestión pastoral, hemos de reconocer que no todos los cristianos son universalistas y que algunos se preocupan porque un niño sin bautismo –y, desde luego, también porque una persona de mi edad que no haya sido bautizada– quedaría excluido del banquete final en el cielo. Todo lo que puedo decir es que pasé 6 años de mi vida en el Seminario Teológico Wesley (metodista), un seminario tan cristiano como el que más. La enseñanza uniforme que recibí sobre esto en el Wesley fue que la entrada en el reinado celeste de Dios no depende de si uno fue bautizado, o no
[Incluso, el 7 de octubre de 2006 se publicó que el Papa Benedicto XVI declaró que los niños muertos sin bautismo no se quedarían ya en el limbo, como sostenía la creencia católica romana tradicional, sino que quedarían "en manos de la misericordia de Dios"].

Las ceremonias de dedicación son ejemplos de lo que se llama ritos de paso. Otros ejemplos de ritos de paso que ustedes conocen seguramente son las bodas y las ceremonias de Santa Unión, los servicios memoriales y funerales, así como las ceremonias para reconocer a los nuevos miembros de la congregación. Para el clero tenemos ordenaciones e instalaciones. Más allá de éstas, nuestra práctica como unitarios universalistas varía grandemente. A veces celebramos la el inicio de la pubertad y la transición de la juventud a la edad adulta. ¿Hay otros hitos en nuestra vida que reconozcamos ceremonialmente? ¿O hay acaso otros hitos en nuestras vidas que deberíamos reconocer?

Y ahora, en resumen, permítasenos recordar que los nombres son importantes, pues representan que los hijos: niños, jóvenes y adultos que los portan son todos importantes, todos y cada uno de ellos. Recodemos, en segundo término, que la comunidad es lo primero. En tanto que individuos aislados, estamos perdidos. Nuestra salvación está en la comunidad. Finalmente seamos, tanto optimistas, como realistas hacia el futuro. Hagamos de este mundo uno que podamos legar orgullosamente a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Amén.