[Dado que este domingo 8 de febrero de 2009 la capellanía laica de la Libre Congregación Unitaria de México realizará nuestra primera ceremonia de Dedicación y Nominación de un infante, esta reflexión del Revdo. Dave Hunter nos resulta oportuna y necesaria. FJLG]
Esta mañana quiero dedicar algunos minutos con ustedes a platicar sobre por qué tenemos ceremonias de dedicación de infantes y qué podría significar para nosotros.
Muchos de ustedes estuvieron con nosotros en junio, cuando dedicamos a algunos niños y bebés. De hecho, dedicamos a tantos niños que no nos quedó tiempo para un sermón.
Ahora nos preparamos para otra ceremonia de dedicación de infante, dentro de dos semanas, así que me pareció que podría ser un momento adecuado para ofrecer mayor contexto histórico y teológico sobre nuestra práctica.
Lo que quiero discutir son las 3 principales razones por las que los unitarios universalistas realizamos estos rituales de dedicación y nominación en nuestras iglesias y sociedades. Pero antes de abordar estas 3 razones, permítanme tocar tres cuestiones previas.
En primer lugar, creo que debo aclarar que al mencionar a los 'padres' pretendo que esta expresión se tome en un sentido incluyente. No importa cómo se estructure tu familia, te damos la bienvenida. Nos enriquece la diversidad –padres solteros, padrastros, padres de acogida temporal, padres adoptivos, familias con dos papás o dos mamás, abuelos que hacen las veces de padres –todos son bienvenidos.
En segundo lugar, una pregunta que podrían estarse haciendo, por lo menos algunos de ustedes, es si la ceremonia unitaria universalista es equivalente al bautismo cristiano. Algunos ustedes tendrán la esperanza de que sea así; algunos de ustedes temerían que así fuera. He aquí una respuesta corta: Las 2 ceremonias no son lo mismo. Aunque nuestra ceremonia unitaria universalista tiene algunas funciones en común con el bautismo cristiano.
La evolución de la teoría y la práctica del bautismo entre los unitarios, los universalistas y –desde la unificación en 1961– entre los unitarios universalistas daría para escribir un libro fascinante. Al menos yo lo encontraría fascinante. Aunque no tenemos tiempo para eso hoy. Regresaré a la cuestión del bautismo y de cómo nos relacionamos con esa tradición, si el tiempo lo permite, antes de concluir.
En tercer lugar, esta mañana usamos principalmente la expresión: 'ceremonia de dedicación de infante', aunque también hemos usado 'ceremonia de nominación'. No tomemos la expresión 'dedicación' demasiado literalmente. Me siento incómodo ante la idea de que dediquemos a una persona a algo. Podemos dedicarnos nosotros mismos a vidas de virtud, sacrificio, celibato, o de lo que sea. Presumiblemente nos dedicamos a la crianza de nuestros hijos como ciudadanos moralmente responsables. ¿Pero tenemos el derecho a dedicar a nuestros hijos a algo que ellos no han escogido por sí mismos? Podemos preparar a nuestros hijos, pero no podemos determinar cómo han de responder ellos mismos, cuando tengan nuestra edad.
Para mayor abundamiento sobre la dedicación de los niños véase el primer capítulo del Primer Libro de Samuel, de la Biblia hebrea.
Ahora, prosigo con mis tres razones para realizar ceremonias de dedicación y nominación de infantes.
Primera, por medio de nuestra ceremonia, reconocemos la importancia del individuo, a través del nombre que le damos y del cuidado con el que le damos ese nombre.
Los nombres son poderosos; los tomamos en serio. Así que, cuando un hijo nuevo entra en nuestras vidas, consideramos cuidadosamente el nombre que habrá de llevar por el resto de su vida, por ello es apropiado que reconozcamos ese nombre en una ceremonia pública.
Los nombres son poderosos. Uno de los muchos líderes afroamericanos que tuve el privilegio de conocer durante los días en que vigilaba el cumplimiento del Acta de Derechos de Voto [que desde 1965 prohibió las prácticas discriminatorias para empadronarse y ejercer el voto que tan extendidas estaban en el sur de los EUA y obstaculizaban la participación electoral de la gente de color, el Revdo. Hunter, autor de este sermón, trabajo como abogado especializado en derechos civiles por 33 años], en los estados sureños, fue un predicador llamado General Avery. Sus padres lo llamaron "General" para confundir a los blancos, quienes sólo se dirigían a los negros por su nombre de pila, como una forma de recordarles su estatus de segunda clase. ¿Estarían dispuestos a llamar 'General' a un hombre negro?
La importancia de los nombres ese vidente en la vida.
Los nombres eran importantes para la gente cuyas historias se relatan en la Biblia. Deberíamos tomar su experiencia y su sabiduría con seriedad. Pues desde el principio, según se registra en el Libro del Génesis, Dios dio al primer humano, Adán, la criatura formada de la tierra misma, la responsabilidad de que les "pusiera nombre" a todos los animales y todas las aves (Génesis 2:19).
Más adelante en el Libro del Génesis, Jacob, el hijo de Isaac, el nieto de Abrahán –Jacob lucha toda la noche con un extraño junto al río Jaboc. Al amanecer, se preguntaron mutualmente sus nombres (Génesis 32:27-29). Y el extraño le dio a Jacob un nuevo nombre: "Ya no te llamarás Jacob. Tu nombre será Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido". La palabra hebrea para Dios es 'El'. Israel significa 'el que lucha con Dios'. (Génesis 32:28)
Al recibir Moisés su misión de Dios, su misión de liberar a su pueblo de su cautividad en Egipto, Moisés le pregunta a Aquel quién le habló desde la zarza ardiente, "El problema es que si yo voy y les digo a los israelitas: 'El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes,' ellos me van a preguntar: '¿Cómo se llama?' Y entonces, ¿qué les voy a decir?" (Éxodo 3:13)
De acuerdo al Evangelio de Lucas, en el Nuevo Testamento, los padres de Jesús lo llevan de recién nacido al Templo de Jerusalén, para nominarlo y dedicarlo, según la costumbre y la Ley judía (Lucas 2:21-32). Desde luego, el mismo nombre de Dios, en la Biblia, es en sí mismo sagrado. Consideremos el verso de apertura del Salmo 8, como uno de muchos ejemplos de los Salmos: "Señor, soberano nuestro, ¡tu nombre domina en toda la tierra!, ¡tu gloria se extiende más allá del cielo!"
En nuestra propia ceremonia, preguntamos a los padres el nombre que escogieron para su hijo. Entonces, en nombre de la congregación, reconocemos al niño por ese nombre y lo bendecimos. Presentamos una flor al niño como un símbolo de la individualidad que afirmamos.
La importancia de los nombres es un reflejo, un indicador, de la importancia de cada ser humano individual. Como unitarios, afirmamos la valía y la dignidad inherente a cada persona. Nuestra visión de la humanidad es nuestro cimiento y es más importante, diría yo, que nuestra visión de Dios. Pues de nuestra visión de la humanidad surgen poderosas implicaciones sobre la clase de mundo en el que queremos vivir, qué clase de mundo queremos para todos los hijos de Dios, con independencia de que sean, o no, integrantes de nuestra congregación y sean, o no, parte de nuestro país.
Y esto nos conduce directamente hacia nuestro segundo punto, la importancia de la comunidad.
¿Qué es primero, podríamos preguntarnos, el individuo o la comunidad? En esta nación, desde luego, y en esta denominación religiosa, la respuesta ha sido frecuentemente, que el individuo: el individuo sería primero. Sin embargo pienso que es al revés: es la comunidad, sugiero, la que tiene prioridad sobre el individuo. Permítanme aclarar un poco más esto, no es que abogue por la clase de utilitarismo en el que se puede sacrificar a los individuos para incrementar la así llamada 'felicidad total' de la comunidad ('la mayor felicidad para los más'). El punto es simplemente este: dependemos de los otros desde que nacemos. Y seguimos dependiendo de otros a lo largo de nuestras vidas. Por ello necesitamos vivir de una manera que refleje la importancia de la comunidad en nuestras vidas.
Para ilustrar mi punto, quiero describir a dos individuos. Cito aquí pasajes del importante libro de Daniel Goleman, Inteligencia emocional. Primero, aquí está Cecil (p. 120).
No había duda de que Cecil era brillante; era un experto con entrenamiento universitario en lenguas extranjeras, espléndido como traductor. Pero había asuntos decisivos en los que era completamente inepto. Cecil parecía carente de las habilidades sociales más simples. Despreciaba una conversación casual a la hora del café y tartamudeaba torpemente durante los momentos de interacción con otros; en resumen, parecía incapaz del intercambio social más rutinario. . . Su nerviosismo durante los encuentros lo hacía reírse por lo bajo y soltar una carcajada nerviosa durante los momentos más incómodos, esto aunque no lograra sonreír siquiera cuando alguien decía algo verdaderamente chistoso.
La siguiente historia describe la interacción de un hombre en un tren suburbano de cercanías en Tokio (pp. 124-25).
[Un] hombre enorme, belicoso, muy borracho y degradado, tal vez en sus cuarenta y tantos, . . . comenzó a infundir terror a los pasajeros: maldecía, dio un empujón a una mujer que cargaba un bebé, que quedó tumbada sobre las piernas de una pareja mayor . . . Pero cuando parecía que el borracho haría su siguiente movimiento, alguien profirió un ensordecedor y extrañamente gozoso grito: "¡Hey!" El sonido tenía el tono alegre de alguien que de repente se encuentra a un viejo amigo. El borracho se sorprendió y miró alrededor para encontrar a un japonés pequeño, probablemente de unos 70 años, sentado ahí, con un kimono puesto. El anciano sonrió con deleite al borracho y lo llamó con un pequeño movimiento de su mano mientras le decía rítmicamente "Ven acá", ¿Qué tomaste?", le preguntó el viejo, sus ojos sonreían al borracho. "Estuve tomando sake y eso no te incumbe", bramó el borracho. "Oh, es maravilloso, absolutamente maravilloso", replicó el viejo en un tono cálido. "Mira, yo también amo el sake. Cada noche mi esposa y yo . . . calentamos una botellita de sake y la llevamos al jardín, nos sentamos en una vieja banca de madera . . ." . . . El rostro del borracho se fue suavizando al escuchar al viejo.
Pronto, el borracho le contaba al anciano de la muerte de su esposa; lloraba, con su cabeza en el regazo del viejo.
No somos nada sin comunidad. Cecil no tenía ninguna pista sobre cómo ubicarse y funcionar en una comunidad. Una comunidad de Cecils se colapsaría. Pero el anciano sabía construir comunidad; él sabía como evitar que una comunidad se despegue.
Queremos que nuestros hijos, queremos que todos los hijos de Dios, crezcan en comunidad. Queremos que todos, al crecer, aprendan a ser integrantes empáticos y altruistas de la comunidad.
Vivimos en diversas comunidades, de la familia a la comunidad mundial. Esta congregación es sólo una de las comunidades de las que somos parte. Es sólo una de las comunidades, pero una importante, una muy importante comunidad. Aquí aprendemos los unos de los otros; nos apoyamos mutuamente; nos amamos mutuamente; nos ofrecemos claridad sobre lo que hacemos; nos perdonamos mutuamente. Tenemos continuidad. Somos confiables. Estamos abiertos a acoger a nuevos integrantes. Y si debes dejar esta área geográfica, habrá otra congregación unitaria lista para recibirnos en nuestro nuevo hogar.
Así que en nuestras ceremonias de dedicación, las madres y los padres, así como a veces los abuelos, los padrinos, hermanos y hermanas, se dedican al bienestar y la crianza del nuevo hijo. Pero no sólo las familias. Nosotros, como comunidad religiosa, nos dedicamos al bienestar y a la crianza del nuevo hijo; nos dedicamos al apoyo a las familias que crían los hijos hasta la edad adulta. Estamos ahí para ellos, en los buenos y en los malos momentos.
Lo que es más, al dedicarnos como comunidad a animar y cuidar de los niños entre nosotros, nos dedicamos no sólo a ellos y a sus familias, sino que también nos dedicamos al bienestar y al futuro de esta misma comunidad de fe.
Y esto nos conduce a la tercera razón para realizar rituales de dedicación de infantes. Los niños a cuyo bienestar y cuidado nos dedicamos son la siguiente generación, el futuro, de esta congregación, de esta nación, de nuestro mundo. Tenemos ceremonias de dedicación porque creemos en el futuro. Creemos, confiamos, tenemos fe en que la humanidad tiene un futuro. Somos optimistas.
¿A qué me refiero? ¿Acaso a que el futuro será automáticamente brillante, o a que Alguien allá arriba lo habrá de componer todo? No, a lo que me refiero es a que todos tenemos mucho trabajo duro pendiente –una labor que requiere de coraje y sacrificio, una labor que requiere que pensemos por nosotros mismos de maneras creativas y que participemos en la muy antigua política.
Nuestro mundo está al filo de la catástrofe ambiental. Nuestro mundo sigue sufriendo injusticia y opresión. En nuestro mundo todavía recurrimos a la guerra como medio de resolver los conflictos. Nuestro mundo se define aun porque el "nosotros" de reconocimiento es todavía demasiado estrecho. Hay mucho por hacer.
Como un símbolo de nuestra fe en la vida, de nuestra fe en el futuro de la vida y de nuestro reconocimiento a la continuidad de la vida, del pasado, al presente y al futuro, usamos agua en nuestra ceremonia de dedicación: agua, el símbolo universal de la vida.
Al principio comencé una discusión sobre la relación entre la ceremonia unitaria de dedicación y el bautismo cristiano. Permítanme ahora hacer algunos comentarios sobre el bautismo.
En primer lugar, el bautismo cristiano requiere usar la fórmula que se menciona en el Nuevo Testamento, es decir que el bautismo se hace en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). La mayoría de los unitarios no usarían esta fórmula trinitaria.
En segundo lugar, hay una tensión en el cristianismo entre dos funciones del bautismo. Una función es acoger al bautizado en la comunidad. Nuestra ceremonia de dedicación y nominación claramente cumple con esta función. La segunda función es reconocer al nuevo bautizado como un nuevo cristiano. Tendría cierto sentido recibir a alguien a la comunidad en tanto que sea algo que se realice a su llegada, lo que frecuentemente implica que se realizaría muy cerca del nacimiento. Pero un infante no puede escoger ser cristiano, así que muchos sostendrían que el bautismo debería posponerse al menos hasta que la persona pueda tomar una decisión informada, una decisión informada sobre comprometerse a ser cristiano. Este es un asunto importante, tanto históricamente, como para el cristianismo actual, pero no es una cuestión apremiante para nosotros.
En tercer lugar, una de las razones por las que muchos cristianos quieren asegurarse de que sus hijos y nietos sean bautizados lo más pronto posible es la preocupación, el temor, de que si algo malo le pasara al niño y muriese sin bautismo, el niño no podría entrar al cielo. Una razón por la que se usa agua en el bautismo es que este ritual es un lavado simbólico –se lava el pecado de uno, se lava el pecado original que nos afectaría a todos, incluso al niño recién nacido.
Ahora que nosotros, debido a la visión del lado universalista de nuestra tradición, responderíamos que nadie está excluido, que todos finalmente nos reconciliaremos con Dios, que el amor de Dios se extiende hacia todos. Como unitarios, además, rechazamos la doctrina del pecado original. La presunta desobediencia de Eva y Adán puede haber conducido a su castigo, pero no predetermina la situación de sus descendientes. Nosotros, como unitarios universalistas, no nos sentimos entonces ansiosos por las almas inmortales de nuestros hijos.
Pero como una cuestión pastoral, hemos de reconocer que no todos los cristianos son universalistas y que algunos se preocupan porque un niño sin bautismo –y, desde luego, también porque una persona de mi edad que no haya sido bautizada– quedaría excluido del banquete final en el cielo. Todo lo que puedo decir es que pasé 6 años de mi vida en el Seminario Teológico Wesley (metodista), un seminario tan cristiano como el que más. La enseñanza uniforme que recibí sobre esto en el Wesley fue que la entrada en el reinado celeste de Dios no depende de si uno fue bautizado, o no [Incluso, el 7 de octubre de 2006 se publicó que el Papa Benedicto XVI declaró que los niños muertos sin bautismo no se quedarían ya en el limbo, como sostenía la creencia católica romana tradicional, sino que quedarían "en manos de la misericordia de Dios"].
Las ceremonias de dedicación son ejemplos de lo que se llama ritos de paso. Otros ejemplos de ritos de paso que ustedes conocen seguramente son las bodas y las ceremonias de Santa Unión, los servicios memoriales y funerales, así como las ceremonias para reconocer a los nuevos miembros de la congregación. Para el clero tenemos ordenaciones e instalaciones. Más allá de éstas, nuestra práctica como unitarios universalistas varía grandemente. A veces celebramos la el inicio de la pubertad y la transición de la juventud a la edad adulta. ¿Hay otros hitos en nuestra vida que reconozcamos ceremonialmente? ¿O hay acaso otros hitos en nuestras vidas que deberíamos reconocer?
Y ahora, en resumen, permítasenos recordar que los nombres son importantes, pues representan que los hijos: niños, jóvenes y adultos que los portan son todos importantes, todos y cada uno de ellos. Recodemos, en segundo término, que la comunidad es lo primero. En tanto que individuos aislados, estamos perdidos. Nuestra salvación está en la comunidad. Finalmente seamos, tanto optimistas, como realistas hacia el futuro. Hagamos de este mundo uno que podamos legar orgullosamente a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Amén.
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