martes, 17 de febrero de 2009

¡UUps!... ¿Y ahora qué? Hacia una teología unitaria universalista del pecado



Estamos en un mes nuevo, en un nuevo año. Algo en estos primeros días de enero parece invitarme a mirar alrededor, a poner atención, a hacer un balance. “¿Qué es necesario vaciar, limpiar u ordenar?” Me pongo a preguntarme. Tal vez trate de poner un poco de orden en mi escritorio, en una repisa, o en unos cuantos cajones. Mientras mis manos trabajan, otra parte de mí mira hacia dentro, hacia mi alma. Me pregunto, “¿Qué partes de mi vida necesito vaciar, limpiar y ordenar? ¿Hay lugares en mi alma en los que no todo esté bien? ¿En qué me he quedado corta? ¿Cómo puedo hacer enmendarme? ¿Qué necesito para hacer las cosas bien?”


Desde luego, me refiero a la palabra que han mirado en el título del sermón del día de hoy, la palabra 'pecado', se preguntarán pero qué carambas irá a decirnos Jan esta semana y en esta ocasión. Me imagino que para muchos de nosotros la palabra 'pecado' trae consigo toda clase de asociaciones y que la mayoría de ellas no son agradables. Al escuchar la palabra 'pecado' nos imaginaríamos generalmente a alguien que pretendería decirnos qué es lo que debemos hacer y qué no hacer, que al mismo tiempo nos juzgase a causa de transgresiones a veces triviales, a veces imaginarias y otras veces muy reales.


Los tiempos que vivimos no nos permiten ignorar las realidades de fechorías y maldad en nuestro mundo. Nuestra vida pública y colectiva parece dirigida por la deshonestidad y el escándalo. Está muy de moda en ciertos círculos decir del estilo de “Soy una persona espiritual, pero no religiosa”. Y aún así, las gentes seguimos en busca de la clase de fundamento moral y ético que, por generaciones, los humanos hemos encontrado en las tradiciones religiosas de nuestro mundo. La angustia a veces no expresada de vivir en el mundo posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, pienso yo, un vehemente deseo de encontrar nuestras amarras, algo que nos ayude por las incertidumbres de las aguas de la vida. Anhelamos regresar a los aspectos más simples e importantes de la vida moralmente correcta.


Hace algunos años, la Biblioteca Pública de Nueva York y la Editorial Oxford University patrocinaron una serie de conferencias sobre los siete pecados capitales. Estas conferencias aparecen en una serie de 7 libros que me inspiraron a iniciar una serie de sermones que inicio con la perspectiva unitaria universalista sobre el pecado y, salteados durante los próximos dos meses platicaremos sobre 3 de los llamados 'pecados capitales': la soberbia, la avaricia y la ira (decidí dejar de lado, por ahora, a otros 4 pecados capitales: la envidia, la gula, la pereza y la lujuria. Si mueren por saber más de estos temas, les recomiendo los libros mencionados).


Puede que pensemos algo como: “¿'Pecado'? Eso no se aplicaría para nosotros. Pero si somos unitarios universalistas. Nosotros no 'pecamos'. Esa es una idea anticuada, ya no es útil. Nos gusta pensar en nosotros mismos como listos, ilustrados. No necesitamos pensar en el pecado. No somos así”. No estoy de acuerdo con semejante opinión. El pecado somos nosotros, todos nosotros.



'Pecado' puede ser una palabra dura para los unitarios universalistas. Alguna gente bastante considerada y articulada, incluso algunos unitarios universalistas, ha criticado un enfoque ingenuo sobre nuestra fe, pues dicen que nosotros 'nos engañaríamos a nosotros mismos al adoptar una visión falsamente positiva' sobre las cuestiones difíciles de la vida, como el pecado y el mal. Algunos han juzgado al unitarismo como 'débil' o 'insubstancial', con demasiado poco que decir sobre los desafíos de la vida real que podemos enfrentar al tratar de vivir vidas decentes como seres imperfectos en un mundo imperfecto.


Durante algunas décadas el unitarismo, es verdad, no ha tenido mucho que decir sobre el concepto de 'pecado'. Nos han desagradado, tanto la palabra, como la idea. Algunos pensadores en nuestra tradición de fe comienzan a decir que esto es un error, y estoy de acuerdo con ellos. Es hora de enfrentar el hecho de que todos nos quedamos cortos, inclusive quienes trabajan más duro, se organiza mejor, o tienen mayores logros entre nosotros. Es hora de admitir que todos somos humanos. Ignoramos por nuestra cuenta y riesgo nuestros defectos individuales y colectivos, nuestros 'pecados'.


¿Y cómo llegamos hasta aquí? Algo de perspectiva histórica puede resultarnos de utilidad. Nuestros antecesores unitarios y universalistas de los siglos XVIII y XIX rechazaron la noción tradicional del pecado original, la idea de que todos nacimos con el pecado a cuestas, de que, debido a lo que la Biblia dice que pasó con Adán y Eva en el Jardín del Edén, la naturaleza inherente del genero humano estaría llena de pecado. Mientras que sus oponentes teológicos predicaban la “total depravación del hombre”, nuestros antecesores espirituales eran radicales religiosos, incluso revolucionarios, quienes justa y debidamente se afirmaron y dijeron: “¡No! Eso no es correcto. Todos compartimos una 'semejanza a Dios', todos somos básicamente buenos de corazón. Todos somos hijos de Dios”.



Que conste que yo no creo en el pecado original e imagino que la mayoría de los presentes estaremos de acuerdo en esto.


No creo que todos seamos inherentemente malos,ni criaturas pecaminosas. Creo que todos somos hijos de Dios. Y creo que todos habremos de cometer errores, que nadie de nosotros somos perfectos y que parte de la tarea de ser humanos es aprender cómo admitir nuestros errores y comenzar de nuevo. Cada día puede ser un ejercicio de perdón.


Cuando las familias me preguntan sobre la ceremonia de dedicación de infante y sobre cómo difiere del bautismo, siempre les explico que, en tanto que unitarios universalistas, no creemos en el pecado original. No creemos que ningún bebé nazca con pecado. No creemos que haya ningún pecado que requiera de ser lavado. Nosotros creemos que cada nueva vida es un hijo de Dios, que todo niño es una bendición, con nuestro toque de agua damos gracias por este niño y dedicamos a este joven a una vida de amor y compasión por toda la humanidad. Nuestras ceremonias de dedicación de infante tienen su raíz en nuestra convicción de que cada uno de nosotros lleva dentro de sí una chispa de lo divino.



"Está bien, así que no se creen eso del pecado original”, podrían decir algunos de ustedes. “¿Pero qué es lo que creen los unitarios universalistas sobre el pecado, ustedes sabes, sobre el pecado cotidiano?” Esta pregunta surge en la vida real. Levantaba pesas en mi clase de acondicionamiento un día de esta semana, cuando una compañera de mi clase, que no es UU, me preguntó por casualidad, “Eres la pastora de la Iglesia Universalista, ¿no es así?” “Sí”, le dije animada, pero a la espera de lo que podría venir inmediatamente. Y luego vinieron las preguntas. “¿Y entonces en qué cree su iglesia? ¿Qué dice su doctrina sobre ...? Y continuó preguntándome sobre muchas cosas. Me hizo algunas preguntas realmente buenas, preguntas teológicas de sondeo. Sabía de lo que hablaba.


Sus preguntas fueron bien pensadas y sinceras. Pero ahí estaba yo, sudando la gota gorda en más de una manera, hacía mi mejor esfuerzo para responder, muy sucíntamente, algunas preguntas complejas sobre nuestra fe. Tal vez a lo largo de las vacaciones decembrinas unos suegros nerviosos les hayan hecho preguntas parecidas.


Una de las primeras cosas que tuve que decir a mi amiga es que los unitarios universalistas no tenemos doctrinas oficiales, ni sobre el pecado, ni sobre nada. No somos una fe basada en credos, le dije. No tenemos un conjunto de creencias oficiales que exijamos que sean aceptadas por nuestros integrantes. En nuestra iglesia, le dije, la gente es libre de determinar sus propias creencias (y luego alguien más, cerca de nosotros, se calló y comenzó a escuchar cuidadosamente la conversación). Somos más bien una fe basada en un pacto, convenio o alianza, esto significa que nos hacemos una promesa, los unos a los otros, sobre cómo procuraremos tratarnos los unos a los otros y cómo procuraremos vivir nuestras vidas.


Las promesas que hacemos están en nuestra afirmación como comunidad de fe, con palabras sobre el amor y el servicio, así como el voto de ayudarnos mutuamente. Las promesas que hacemos están en nuestra bendición, con palabras sobre la paz, el coraje y los votos de apegarnos a lo que es bueno, a no retribuir a nadie mal con mal, a fortalecer, apoyar y ayudar a nuestras hermanas y hermanos. Podemos tener toda clase de ideas diferentes sobre Dios, Jesús, la Biblia, o lo que ocurra luego de morir, pero estamos de acuerdo en cómo tratamos de vivir esta vida. Uso las palabras 'procurar' o 'intentar' con toda la intención, puesto que todos nos quedamos cortos. Como lo dije antes, el pecado somos nosotros, todos nosotros.


No es fácil encarar a nuestros pecados. Preferimos enfocarnos en lo que hacemos correctamente y en lo que hacemos bien, a la vez que tratamos de no pensar mucho sobre las ocasiones en nuestra vida, para decirlo en lenguaje cotidiano, 'la regamos'. Pero cuando algo no le parece correcto a mi alma, sé que mi cuerpo tiene alguna manera de llamar mi atención. Tal vez también la suya: cuando el dolor de cabeza no se va, con la noche de insomnio, el nudo en tu estómago, la mente que no se tranquiliza. Tanto el acto de 'regarla', como el cuerpo y el alma que claman cuando lo hacemos son parte de ser humanos. Pretender lo contrario sería, tanto una locura, como ridícula vanidad.


¿Entonces qué es el 'pecado'? El pecado es un corte, una separación, una desconexión. Imaginemos que estuviéramos todos vinculados por un lazo invisible, todos conectados los unos a los otros, todos vinculados a nuestro Dios o Espíritu de la Vida. Podrías pensar este lazo como una línea de vida. El pecado corta la cuerda, corta la línea de vida, nos deja desconectados, nos separa de todo lo que da y sostiene la vida.


El 'pecado', dice Frederick Buechner (1926-) "es cualquier cosa que hagas o dejes de hacer que empuje (o aleje a otras personas)” ... , que "amplíe la separación” entre tú y Dios ."Dios (si es que crees en Dios, dice él) o (si sucede que no creas) el mundo, la sociedad, la naturaleza –como sea (dice él) que llames a ese todo mayor del que eres parte”. "El pecado...,” dice, "amplía la separación entre tú y ello, y también la separación contigo mismo”. El pecado es lo que amplía la separación y hay tres formas en las que esto puede suceder. Podemos ampliar el vacío entre nosotros con los demás, entre nosotros y Dios (como sea que lo entiendas) y entre nosotros y nuestro verdadero ser.


El pecado puede ser individual, lo que nos hacemos a nosotros mismos. Podemos hacer inventarios de nuestras almas en este momento, tal vez al ocuparnos de nuestro propios abedules, la mayoría de nosotros pueda recordar los momentos en que nuestra soberbia alejó a alguien de nosotros, los momentos de ira en que sostuvimos un puño cerrado y nos rehusamos a contenernos ampliaron la separación en la relación, los momentos en que nuestra propia avaricia creó un amplio abismo entre el yo exterior que el mundo ve y el núcleo de quién somos realmente en nuestras almas nuestro verdadero yo. Los inventarios del alma pueden ser una tarea difícil.



El pecado también puede ser colectivo, lo que hacemos, como pueblo, juntos. Nuestros pecados colectivos a veces son más fáciles de notar y de hablar al respecto que nuestros pecados individuales, pero los pecados que cometemos como pueblo pueden ser más difíciles de solucionar. Hay signos de pecado por todo a nuestro alrededor en este mundo. Es un pecado que los niños se vayan a dormir hambrientos en una tierra de plenitud. Es un pecado que cualquiera carezca de un lugar seguro para pasar la noche. Es un pecado que la avaricia y el desperdicio estén acabando con la vida misma en en este planeta que nos permite respirar. Ustedes y yo podríamos hacer una larga lista.


Si mencionamos nuestro pecados para afrontarlos y nombrarlos, y si nuestros pecados colectivos parecen demasiado difíciles de arreglar, ¿para qué molestarse? ¿Para qué pensar sobre estas cosas? ¿Para qué usar siquiera la palabra 'pecado'? Como yo lo veo, estamos aquí, en este planeta, para aprender a ser humanos, para ser reales y eso a veces significa que nos encontramos en medio de los desmanes de la vida, algunos de ellos de nuestra propia hechura. Para parafrasear a Anne Lamott, las lecciones están en los desmanes. Estamos aquí para aprender las lecciones. Pretender que seríamos demasiado buenos para tener alguna responsabilidad en la hechura de nuestros propios desmanes no nos hace mejores gentes y seguramente no nos ayuda a volvernos más reales.


No importa cuán elevados sean nuestros estándares, ni cuán firmes sean nuestros principios todos nos tropezamos, todos y cada uno de nosotros. Somos mucho mejores si afrontamos nuestros errores, si admitimos nuestros defectos con humildad de corazón. Un corazón humilde, como Sue Monk Kidd nos lo dijo, nos mantiene humanos, nos mantiene reales.


Puedes pensar en nuestros pecados, los tuyos y los míos, como en grietas en nuestras conchas. El corazón humilde no teme a sus grietas. El místico y teólogo alemán del siglo XIV, Meister Eckhart, escribió una vez, “La concha debe romperse completamente si es que lo que está dentro de ella ha de salir, pues si quieres la carne del núcleo, has de romper la concha”. La gran lección de la vida es aprender a ver, a ver más allá de las conchas agrietadas y rotas que todos llevamos, a vernos mutuamente, a ver en nosotros mismos las almas brillantes que somos y sostener amorosamente a todas las almas.





1 comentario:

Víctor Manuel dijo...

Magnífico. Hace poco he descubierto el UU y me parece maravilloso que haya espacios para este tipo de apertura de la mente.