viernes, 31 de octubre de 2008

¿Cuál es tu ministerio?




¿Cuál es tu ministerio? Supongo que formular esta pregunta parte de asumir que sí tienes uno y mi creencia es que todos y cada uno de nosotros tenemos uno. Pero me pregunto ahora si algunos de ustedes moverán negativamente sus cabezas pensando quizás para sí mismos: "Oh no, otra vez con esto del ministerio compartido. ¿Acaso no basta con que honremos nuestros compromisos de aportación financiera, que voluntariamente dediquemos nuestro tiempo, que algunos de nosotros asumamos cargos de liderazgo en la congregación? ¡Ahora se supone que seamos ministros! ¡Ella es la ministra, no yo!"

Pero volvamos. Volvamos a lo que quiero decir cuando hablo de ministerio compartido, el ministerio en el que estamos juntos y lo que sustenta mi desplante al preguntarles como congregantes individuales y como congregación reunida esta mañana, "¿Cuál es tu ministerio?"

Podemos culpar a nuestros antecesores específicamente cristianos, especialmente a nuestros antecesores protestantes, por esta noción del ministerio compartido. Y podemos culpar a algo llamado gobernanza congregacional por la insistencia en el ministerio compartido dentro de nuestra práctica unitaria universalista. Y podemos culpar a ese dicho ocurrente que reza: "hechos y no palabras (credos)" ("deeds not creeds") por nuestra insistencia en poner en práctica en lo que hacemos nuestra fe, más que en la cuestión de lo que creemos, en la que todos los huesos hacen caldo.

El ministerio compartido surge de una noción llamada "el sacerdocio de todos los fieles". Se fundamenta en el entendimiento de los primeros cristianos que experimentaban lo divino mediado solamente por la figura de Jesús, a quien los devotos cristianos entendían como Dios encarnado, el hijo de Dios, si se quiere. La iglesia primitiva no tenía sacerdotes. Era informal e igualitaria, se esperaba que cada fiel aportara sus dones individuales para construir la comunidad cristiana, que era bastante ambigua por aquellos días del Imperio Romano. Esta noción se destaca fuertemente en la Primera Carta de Pedro. Se implora a los creyentes: "Acérquense, pues, al Señor, la piedra viva...De esta manera, Dios hará de ustedes, como de piedras vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo..." 1 Pedro 2:4-5



Desde luego, un recorrido rápido por la historia de la iglesia nos informa que esta aproximación no-jerárquica a la construcción de un "hogar espiritual" fue honrada con las rupturas. Cuando [el entonces monje agustino,] Martín Lutero (1483-1546), tomó el martillo para clavar sus 95 tesis o puntos de extrema frustración– en la puerta de la iglesia del Castillo de Wittenberg en octubre de 1517, apuntadas hacia la iglesia establecida que había alcanzado un punto en el que el acceso a lo santo no era sólo mediado por una exclusiva élite de sacerdotes, sino que era mediado directamente por el lucro. La Reforma [protestante] había empezado con un monje enfadado.

Y nosotros los unitarios –todavía ni siquera conocidos como 'unitarios', pero ya en ebullición con los ingredientes de la que se ha llamado la "Reforma radical"– llegaron incluso más allá. Casi 36 años después de que Lutero cometiese su acto de desafío, el español Miguel Servet (en realidad, Miguel Serveto Conessa, 1511-1553), fue quemado en la hoguera bajo las órdenes del colega de Lutero, Juan Calvino (1509-1564), por cuestionar la autoridad de la idea de la Trinidad. ¿Contaba Miguel Servet con la ordenación sacerdotal? No, Servet era sólo una de esas piedras vivas, pero con un conjunto diferente de creencias que aquel que se había osificado entre la jerarquía de la iglesia cristiana. Servet contribuyó a llevar el giro "radical" a la Reforma.



Quienes somos unitarios, universalistas o unitarios-universalistas nos hemos distinguido por nuestro radicalismo. Nos han llamado 'herejes', como si la palabra fuera un insulto, cuando un hereje es simplemente quien ejerce su capacidad de elegir. Ser criaturas capaces de elegir es el centro de nuestra práctica de fe y duda.

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Así es como llegamos a la noción de gobernanza congregacional, su forma especial de elegir. Nuestras congregaciones unitarias universalistas, incluyendo a nuestra propia Primera Parroquia, ejercen esta elección, esta herejía, cada vez que la congregación llama a sus ministros profesionales, para ordenarnos y así gobernar su propia vida con una independencia relativa. Sí, somos integrantes de la Asociación Unitaria Universalista de Congregaciones (UUA), pero ésta es una asociación de congregaciones independientes que se vinculan y colaboran a través de un pacto, no de una autoridad jerárquica.

Hace unos pocos años, una comisión de nuestra asociación dedicó varios años a la reflexión sobre la gobernanza congregacional y produjo un informe sobre la interdependencia que nos define. Fue un informe escrito por un comité –¿de qué otra manera podríamos los UU procesar un tema no-jerárquico?–, pero lo leí con fruición. Dentro del tema de la gobernanza congregacional hay una provocativa discusión sobre el liderazgo organizacional, que se convierte en una discusión sobre el ministerio compartido. Encuentro que este pasaje salta de la página:

"Un aspecto clave del movimiento UU es nuestra creencia de que el ministerio de la congregación no pertenece exclusivamente al clero ordenado, sino a cada uno".
El texto prosigue con algún comentario que nos llega de un informe preliminar sobre el ministerio en el que el comisionado Neil Shadle explica:

"El ministerio es la vocación de cada persona de fe, [y] nuestra fe unitaria universalista, como una fe democrática, afirma el 'sacerdocio de todos los fieles', que todos somos ministros laicos, con independencia de si escogemos, o no, tener líderes religosos profesionales".

Aquí volvemos, luego de completar el círculo para regresar al "sacerdocio de todos los fieles".

Pero el círculo ya se ha ampliado, gracias al gran gigante de la teología del siglo XX, James Luther Adams (1901-1994). Adams enseñó a lo largo de los muchos años de su carrera en la Universidad de Boston, la Escuela de Teología Meadville Lombard, la Escuela de Teología de Harvard y la Escuela Teológica Andover-Newton, cuando Harvard tuvo la torpeza de jubilarlo. Ocupó plenamente la rebanada de historia que le tocó al comentarla, escribir, dedicarse a sus estudiantes al emprenderla con los mandamases del poder y el privilegio a través de preguntas que conmovieron a a su época. No es sorprendente que estirase el "sacerdocio de todos los fieles" para producir el concepto del sacerdocio y la profecía de todos los fieles. Los profetas, hemos de recordar, fueron esas generaciones de irritantes activistas contraculturales e inconformistas de la Biblia Hebrea (como unos jipis de su tiempo) –Jonás, Isaías, Jeremías, Amós. Alborotadores todos ellos, llamaron al pueblo de su época a tomar en serio cosas como el amar al próximo como a ti mismo y a honrar a la divinidad a través de actuar así.

Adams tenía un par de genes proféticos. ¿Sino por qué más habría escrito tan energéticamente sobre lo que estaríamos llamados a hacer como profetas, un ministerio que nos hace sentir incómodos a la mayoría de nosotros? "La iglesia profética liberal" afirmaba, "no es una iglesia en la que la función profética se asigne solamente a unos pocos". Adams tenía más que decir.

"La iglesia profética liberal es la iglesia en la que las personas piensan y trabajan juntas para interpretar los signos de los tiempos a la luz de su fe, para explicitar a través de la discusión el pensamiento acorde a la época que los tiempos exigen. La iglesia profética liberal es la iglesia en la que todos sus miembros comparten la responsabilidad común de tratar de prever las consecuencias del comportamiento humano (tanto institucional como individual), con la intención de hacer la historia, en vez de ser meramente empujados alrededor por ella."


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¿Y la cereza en la cima del helado?

"Sólo a través del profetismo de todos los fieles podremos juntos prever la perdición y enmendarnos, cambiar de actitud".
Si nos tomamos en serio ese sacerdocio y ese profetismo de todos los fieles, si nos tomamos en serio el ministerio compartido, supongo que el primer acto de fe sería hiperventilar [La hiperventilación es una respiración rápida, generalmente causada por ansiedad o pánico. Esta hiperrespiración, como se denomina algunas veces, realmente puede dejar a la persona con una sensación de falta de aliento]. Una vez recuperado el aliento podemos ver más claros algunos hechos, probablemente cantar un par de himnos, orar desesperadamente, "¿Por qué nosotros?" y darnos cuenta de que el café y las galletas están realmente buenos hoy. Y luego, de nuevo, recordar que la hora del café de hoy se llama "Hora del café Obras de Fe".

Muchos de ustedes tienen o encuentran su ministerio dentro y a través del ministerio compartido que anima y da vida a esta parroquia. Muchos de ustedes todavía se cuestionarán, considerarán los factores, las alternativas y sí, se resistirán a asumir la noción de que las 'obras' van mano con mano con la fe, que lo 'espiritual' va mano con mano con la 'práctica'.

Creo que todos estamos en esta Casa de Reunión con un propósito. Tiene que ver con la fe, pero la fe por sí misma no es suficiente. Al menos esto es lo que proclama el autor del Libro de Santiago en el Nuevo Testamento (Santiago 2:14-17):

"Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esta fe?" Desde luego no se conforma con dejarlo hasta allí. Así que prosigue.

"Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: "Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran", pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta."

¿Puedes imaginarte tener a Santiago en tu comité?

Cuando me siento abrumada, comienzo por considerar los pasos, un paso a la vez. Intentémoslo ahora.



¿Cuál es tu ministerio? ¿Qué de lo que haces justo ahora habla de la fe y obras de esta congregación, que alimente a los hambrientos, que enseñe a nuestros hijos, que vocifera contra los poderes establecidos en nuestro propio tiempo para cambiar el curso de los hechos, que mantiene limpia la cocina y pintadas las instalaciones, que ayuda a las flores a crecer, que nos ayuda a todos a crecer? Creo que hay cuatro preguntas simples a considerar cuando sientas que el conejo de ataque del ministerio compartido esté a punto de abalanzarse de nuevo:

1) ¿Para qué soy buena/o?

2) ¿Qué me gusta hacer?

3) ¿Qué es necesario hacer?

4) ¿Acaso hay cosas en mi vida ahora que sugieren que en realidad clamo por ayuda?

¿Para qué somos buenos? A veces, en lo que uno es bueno es lo que menos le gusta hacer a uno. Soy realmente buena para limpiar el baño. Soy realmente buena para transformar un escrito sin pies ni cabeza en en un documento bastante coherente. ¿Me gusta hacer estas cosas? No. ¿Así que para qué soy buena de lo que realmente me guste, o que incluso sea más o menos llevadero para mí? Supongo que podría decir que soy buena para dirigir comités y que esto me resulta llevadero, pero eso no es lo que necesito hacer aquí y la última cosa que querría hacer es usurpar su poder.

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Está bien, vayamos a la siguiente pregunta: ¿Qué es necesario hacer? Bueno, creo que, tanto el gozo, como el dolor de cabeza y y la celebración y los ritos del ministerio parroquial necesitan realizarse. Creo que la sanación debe hacerse.

Podría detenerme aquí, pero queda esa cuarta pregunta que es tan, pero tan subjetiva: ¿Acaso hay cosas en mi vida ahora que sugieren que en realidad clamo por ayuda? Para mí, justo ahora, probablemente no.

El milagro de milagros, todo marcha bien ahora con las 3 hijas. Con una gracia asombrosa, Dan y yo tenemos un buen matrimonio. Con una gran suerte, ambos estamos en buena salud. Sin embargo, he clamado por ayuda en momentos de mi vida y sé que algunos de ustedes también lo han hecho, incluso si al principio es un clamor silencioso.

¿Así que cuál es tu ministerio? Deja que estas 4 preguntas naden en tu mente por un rato. Vivencialas en tu corazón por cierto tiempo. Luego regresa a tu entendimiento de tu propio ministerio, de tu propio profetismo. Entonces regresa al círculo d esta comunidad religiosa y pregúntate de nuevo, "¿Cuál es mi ministerio?" ¿Cómo llevaré mi fe a la práctica?

¿Y tu respuesta? que tu respuesta sea alguna clase de gratitud por aquel "Dios en un día grandioso" del que habré cuando empezamos nuestra adoración juntos esta mañana. Que su respuesta sea alguna forma de gratitud por ese "Dios en un bonito día". Que su respuesta sea alguna forma de gratitud por ese "Dios en un día extraordinario" e incluso por ese Dios en un día absolutamente podrido. ¿Por qué?

Porque todos estamos juntos en este planeta. Todos ocupamos esta rebanada de historia que expresa nuestras vidas ahora. Todos somos creyentes del aquí y el ahora. Todos somos miembros de esta familia mezclada conocida como la humanidad que se comporta benevolente. Todos respiramos –lo que prueba que existen los milagros– y el curso que elegimos y vislumbramos es nuestro ministerio en este milagro en el que nos encontramos, sin importar qué clase de día sea para Dios.

Los amo a todos y cada uno. Amén.



FUENTES

James Luther Adams, “The Prophethood of All Believers,” (1947) in The Essential James Luther Adams: Selected Essays and Addresses, Edited and introduced y George Kimmich Beach, Skinner House Books, Boston, 1998.

The Bible (Revised Standard Version) [La Biblia, Dios Habla Hoy, SBU].

Interdependence: Renewing Congregational Polity, Section Nine: Religious Leadership, A Report by the Commission on Appraisal, Unitarian Universalist Association, June 1997 (also http://www.uua.org/polity/sect9.htm)

P.G. Matthew, “The Priesthood of All Believers,” 1996. at http://www.gracevalley.org/articles/Priesthood.html















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